Si vas caminando por la Juárez y encuentras dos asteriscos en una pared negra o en un letrerito iluminado con un fondo verde, ponles atención. Seguramente se trata del nuevo bar de Klaus Albert y los creadores de Anónimo Restaurante.
Al estar en una calle chiquitita, Sinónimo se deja descubrir por quienes de inicio lo están buscando. Cada uno de sus dos pisos tiene una onda propia y, a la vez, se complementan en su decoración de una elegancia medio lúgubre. La planta baja está abierta a la calle y algo que me gustó es que si vas a cenar, todo lo que ocurre en la cocina es parte de la experiencia; en un mismo espacio se conecta desde la preparación de los platillos hasta el cigarrito callejero post-cena.
A la izquierda, el misterio continúa con unas escaleras negras te llevan al segundo piso. Aquí la decoración y la luz crean una atmósfera más íntima, pero cuyo mobiliario comunal se presta para que al final de la noche salgas con un puñado de nuevos amigos personales.
En esta barra, al compás del último hit de reguetón, pop clásico o hasta una salsa, nace la coctelería de la casa, obra de Xchel Montoya, quien sorprende con tragos como una paloma rosa con mezcal, jugo de toronja, cordial de frambuesa y sal ahumada. También tienen una muy curada selección de vinos, con etiquetas que solo podrías encontrar en tiendas especializadas.
La cocina, a cargo de la chef Itzel Meléndez Vergara, es corta pero segura. Los platos (aún más fotogénicos que en Anónimo) consiguen sabores precisos sin exagerar el número de ingredientes, pero tienen toques arriesgados que hacen que los recuerdes a posteridad. En mi caso, los que sigo saboreando en mi mente desde mi primera visita fue el pan tomate con sardinas encurtidas, (ojo que el sabor es fuerte si no sueles entrarle a las sardinas) y la lengua con caldito de chorizo en un aterciopelado puré de papa (¿adivinaste que se ganó un lugar en mi corazón?). Para cerrar, no dejes pasar la oportunidad de compartir la tarta de duraznos al grill.
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