Después de hacer una reservación a través de Facebook en la que te piden tu nombre y teléfono, es una pena pasar por cadeneros y un filtro de separación de clientes de Tara Roma y Ohana –donde antes era Tara Roma, ahora es Ohana–. La revisión de seguridad fue más fuerte y profunda que mi conciencia.
Es un espacio que se puede disfrutar, desde la música con house, pop y algunos sonidos reguetoneros, hasta los techos amplios y la terraza para fumar. Acierto para los arquitectos y restauradores del inmueble pues no se mezcla el sonido de los clubes. El mobiliario es vintage y te hace sentir cómodo e importante, como si cada rincón escondiera al dueño de alguna franquicia. Las luces son geniales y hay cámara de humo, así que la ambientación es bastante prendida por donde se le mire. Hay espacio suficiente para bailar y no se interrumpe el aroma a ligue y desmadre. Puedes encontrar bolitas de cuates y parejas que vienen a divertirse. El rango de edad de los asistentes es de entre 20 y 30 años, todos lucen guapos y perfumados, así que se presta para el plan que se antoje durante la noche. La vestimenta importa y no es queja.
Sugiero cuidar y revisar los tragos que ofrecen. No hay bebidas exóticas ni preparaciones artesanales, tampoco promociones o sugerencias que dejen alguna huella especial. Aquí la fiesta promete y el ambiente no incluye mayor pretensión que bailar y pasársela bien.
Las cosas iban bien hasta que llegó la cuenta y derrumbó toda la experiencia. Se tardaron más de una hora en entregarme mi nota de consumo, después de una lucha exigente con el mesero de sugerencias de propina y varios recordatorios (con sus respectivas largas) de mi solicitud. Te recomiendo que seas paciente y muy tolerante en las noches de alta convocatoria y a Ohana se le sugiere explicarle a los meseros la importancia de un trato de calidad.
La belleza de este antro se opacó al final, aunque me animaría a repetir la visita a pesar de la desagradable experiencia.