Mauricio García Lozano está obsesionado con Romeo y Julieta. Y gracias a esto nos dio su tercera versión en cinco años del clásico de Shakespeare, probablemente la más redonda y fácil de crear empatía con el público. El director —uno de los creadores teatrales más prolifero del país— tomó lo esencia del clásico fundamental de la dramaturgia inglesa y lo materializó en un montaje dinámico, actual y enternecedor.
Esta adaptación de Romeo y Julieta se centra en la juventud e inocencia de los amantes de Verona, acierto replicado en el espíritu y tono de cada uno de los personajes, en la elección de los énfasis del texto, y en la escenografía (Mario Marín del Río) y la coreografía (Vivian Cruz) que habitan todo el espacio del Foro Lucerna para acortar distancia entre una historia del siglo XVI y nosotros.
Vemos a jóvenes Montesco y jóvenes Capuleto vestidos en escasas prendas blancas y de tonos beige, que se entallan al cuerpo como si nada se tuviera y fuera la misma piel de la juventud robada la que hablara. Encabezan esta pléyade los actores Miguel Jiménez (Manada) y Assira Abbate (Los ojos): él, da un toque personalísimo a un Romeo cuya empresa de contradicciones se complementa con su interpretación de matices; ella, encaja a la perfección con el carácter efusivo, fuerte y al mismo tiempo frágil que debe tener una Julieta. Juntos, nos regalan momentos íntimos poderosos que coronan las decisiones e intenciones de Mauricio frente a un texto tan vigente en nuestros días, no por romántico, sino por “paradójico”, como el mismo director lo define.
La labor de sintetizar y encauzar la historia, aunque bien lograda, se empaña con elementos prescindibles como un fuerte peso al pretendiente de Julieta, el conde Paris, y una desbocada presencia de Mercucio. A pesar de eso y gracias a las nada desdeñables actuaciones de figuras como Emma Dib, Quetzalli Cortés y Miguel Santa Rita, el montaje resulta en una oportunidad airosa para reapropiarnos de esta historia indispensable de la literatura universal.
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