La enfermedad como temática central o como base de un conflicto está presente desde el inicio del teatro contemporáneo —si tomamos las obras de Ibsen y Strindberg como punto de partida del concepto. En el caso de este texto del dramaturgo croata Ivo Andric, la enfermedad de Branko, el hijo, parece ser el eje central de la historia; pero muy pronto nos damos cuenta que no es así: la enfermedad ni siquiera se nombra y la invalidez que dejó como secuela es lo menos grave dentro de ese pequeño entorno familiar en el que vive el joven de 25 años.
Regresa esta obra a la La Teatrería, que tiene todos los elementos del gran teatro; comenzando por el director Diego del Río, quien suma al montaje experiencia y solidez. Como de costumbre, entrega un trabajo limpio y sobrio que pone énfasis en explotar las aristas sentimentales del texto y sus personajes a fin de lograr en el público emociones y conmociones. Para ello cuenta con un espléndido reparto, de esos que cualquier productor llamaría “de ensueño”. La muy amplia familia que estelariza esta historia está representada por: Montserrat Marañon, Kaveh Parmas, Concepción Márquez, Rubén Cristiany, Jerry Velázquez, Ana Gonzáles Bello, Lourdes del Río, Anahí Allué, Aída del Río, Pedro Mira, Rodolfo Zarco y Angélica Bauter alternando funciones.
Sin embargo no todos tienen las mismas oportunidades de aparecer en escena; Gidi y Márquez cargan con el mayor peso y quienes llevan los personajes mejor trazados por el dramaturgo. Andric presenta demasiados personajes y situaciones sin lograr asirlos y situarlos en un conflicto único y concreto. O al menos eso se echa de menos al ver esta propuesta. Del Río tiene a todos los actores todo el tiempo sobre el escenario sólo para sorprendernos con el hecho de que varios de ellos aparecen en una o dos escenas que no necesariamente son trascendentes.
Así, un estupendo equipo con Oscar Carnicero y Marcela Venegas en el diseño ambiental; Matías Gorlero y Félix Arroyo en la iluminación y un reparto —en el que Ana González Bello, Aída y Lourdes del Río logran momentos notables— queda mermado por un texto cuyas intenciones no quedan claras. Si bien es obvio que busca demostrar que la verdadera invalidez no está en aquel que se mueve sobre una silla de ruedas, hay algo que no nos permite apreciar su atractiva premisa.