Cuando alguien necesita ayuda, Clark Kent se transforma en Superman; mejor dicho, lo hace su reemplazo. Esta comedia es un completo delirio: el reportero tímido es uno y el superhéroe es otro. Son dos entes distintos con sus propios conflictos, de los que cada uno está harto.
Escrita por el dramaturgo español Alberto Ramos, esta obra le da una vuelta de tuerca al mito del hombre con superpoderes.
Si Ramos hace y deshace a este referente de la cultura popular, el director Xavier Villanova consigue lo mismo con su montaje. Su propuesta rebasa al propio texto, hasta convertirse en el centro del espectáculo.
Los momentos que podrían parecer gratuitos o caprichosos, no lo son. Hay un arrojo bien estructurado por el director. Dicha apuesta encuentra un afortunado eco en el coro de voces masculinas que cantan en vivo los temas musicales del superhéroe en el cine. Por supuesto, también en el trabajo de sus actores que asumen el riesgo propuesto.
A la complejidad del protagonista interpretado por Carlos Quintanilla, se suma el talento de Anna Mariscal y Georgina Rábago y la honestidad con la que el debutante Israel Amescua aborda su trabajo.
Aunque pareciera que Los últimos días de Clark K. es una propuesta contraria al proyecto de Villanova (obras de teatro íntimo para departamentos), lo cierto es que en la parafernalia, el director se las arregla para que recibamos las bofetadas que el teatro da de cerca.