Era 1993 y en México se estrenaba Mishima, una obra sobre el autor japonés Yukio Mishima y su extravagante muerte. Este, fue un montaje que resultó emblemático para la escena mexicana en aquella época. En ese mismo año la epidemia del sida se había cobrado ya muchas vidas, y en aquel entonces nuestro país apenas se accedía a los primeros medicamentos.
Es en este contexto se desarrolla Junio en el 93, en donde un joven actor es llamado por el gran director Océano para hacer una nueva recreación de la obra de Mishima. Junio, se embarca a Jalapa para explorar dicho montaje, y entre el VIH y su nueva relación con los fármacos, recorre el amor y sus afectos. Afectos hacia su novio y hacia el teatro, mientras piensa en cómo será la vida ahora, pero también en su muerte.
Basada en las memorias del actor Alejandro Reyes, el dramaturgo Luis Mario Moncada hace un poético relato de las disidencias sexuales. Vemos a Junio y a su amiga trans, Venus, y a todo lo que lo codifica a él como hombre cisgay, como los encuentros furtivos y el sexo como escape, siempre como escape.
El texto, hace dupla con el director Martin Acosta, un grande de la escena mexicana que opta por la sencillez y ejecuta un montaje íntimo y casi personal. Apostando por el movimiento escénico y la resignificación del espacio, Junio en el 93 dimensiona cómo era vivir con VIH hace 28 años; ese tránsito entre seguir adelante, saber que todo va a acabar y por otro lado, experimentar el gozo de vivir al límite.
Definitivamente, un montaje que debe verse, no sólo por lo que logra, en sus recursos, sino porque, cuando hablamos de VIH y sida en escena, no podemos decantarnos por mirar a un solo lado, debemos voltear a verlo todo.
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