Pilar Ixquic Mata es una reconocida traductora de teatro, y aunque tuvo otras metras en mente, lo suyo siempre fueron las letras. Cuando era joven “le sacó” a la actuación y decidió estudiar Idiomas. Ya egresada estudió teatro con maestros como Héctor Mendoza y Ludwik Margules. En los noventa tradujo y actuó La mujer judía de Brecht y La toma de la luna de Lanford Wilson y, desde entonces, ha llevado una exitosa trayectoria como actriz y traductora teatral. Gracias a ella, hemos disfrutado en nuestro idioma de textos como La Orestiada de Robert Icke, El difícil problema de Tom Stoppard y Puras cosas maravillosas de Duncan McMillan, además de ser colaboradora constante del área de traducción del DramaFest.
Foto: Alejandra Carbajal
Hay diferencia entre traducir teatro y traducir otros géneros literarios.
En el teatro lo que se traduce, además de palabras, son situaciones y emociones. Tu lees una novela y te puedes imaginar mil cosas. Obviamente hay acciones también, pero el lector de una novela lo que puede hacer es imaginarlas y montar él mismo el escenario a partir de lo que lee, pero una obra de teatro está escrita para ser montada físicamente. Ahí está la diferencia: en la acción, en darle vida a los personajes.
Al ser actriz y traductora es más fácil traducir una obra de teatro.
Soy actriz, pero soy traductora de primera profesión. He tenido la oportunidad de conjuntar ambas de una manera que me ha funcionado muy bien, porque hay muy poca gente con mi perfil. Soy bilingüe de nacimiento y he vivido en varios países: hablo inglés, holandés, francés, portugués y ruso. Para mí es la dupla perfecta: tengo un entrenamiento profesional como traductora, además soy actriz y sé qué es lo que significa la acción. Cuando estoy traduciendo, me viene naturalmente el repetir los diálogos en voz alta y, según la circunstancia y el personaje, entender qué palabras del español funcionan mejor.
Como traductora trabajas muy en conjunto con el director o directora.
Varía. Yo hago sola una primera versión y se la doy al director para corregirlo juntos, luego entrego la segunda versión, etc… Al traducir son muchas energías: la mía como traductora, la mía como actriz y la del director o directora, que tiene una visión del texto y te pide que lo digas así o asá. Cuando traduje La Orestiada yo me imaginaba que los personajes hablaban de una manera y después Lorena Maza (directora) hizo ajustes con los actores, porque el actor se sentía mejor diciéndolo de otra manera.
También se puede trabajar la traducción con el actor que está diciendo el texto en escena.
Eso pasó con Pablo Perroni, que era productor y actor de Puras cosas maravillosas. Con él y con Sebastián Sánchez Amunátegui, el director, hubo algunas dudas, quisieron cambiar algunas cosas y yo les dije: adelante.
Cualquiera que conozca una lengua extranjera y le guste el teatro puede traducir.
Yo supongo que sí. Depende mucho del resultado final, porque lo que importa es el entendimiento del texto, del tono, de la situación. Y si tienes suficiente entendimiento del idioma para adentrarte en él y además tienes entrenamiento de escritura para contar con una ortografía y sintaxis clara, pues por qué no.
El traductor no es el autor
No, claro que no. A lo mejor el traductor es el coautor. El autor es el que creó todo el mundo de la obra y el traductor su tarea principal es reproducir ese mundo lo más nítidamente posible, según su interpretación. Es tratar de hacerle honor a las palabras del autor y eso para mí es una coautoría.