Si los artistas de circo alguna vez decidieran elegir un santo patrono, podríamos asumir que Ícaro no conseguiría ese trabajo. El joven cuyas alas de plumas y cera se derritieron cuando voló muy cerca del sol es un símbolo de ir más allá de los límites. En Varekai del Cirque du Soleil, Ícaro (Mark Halasi) entrega rápidamente sus plumas, ¿pero quién necesita alas cuando se es tan bueno con las manos como estos tipos?
En medio de un bosque de cañas que alcanzan el techo abovedado, bestias espeluznantes hacen malabares y saltan para nuestro deleite. Siempre hay mucho que ver (imagina tan sólo que el puente de caña suele tener bailarines sobre él, incluso cuando nadie los mira) pero si tú, al contrario del pobre Ícaro, logras enfocar tu atención, verás el gran esplendor: tres malabaristas que juegan con más bolas de las que pueden sostener, bailarines georgianos, trapecistas, una horda dantesca con máscaras terribles encima de sus cabezas y una mujer (Irina Naumenko) tan grotescamente flexible que apenas notas que se contorsiona y balancea en cañas, simultáneamente.
Varekai significa “donde sea” en la lengua romaní, así que “el fugitivo de Creta” es sólo una parte de la temática nómada de esta edición del circo, misma que también acoge a bufones, gitanos, judíos y, por supuesto, artistas de circo.
El show culmina con un fantástico tributo al fuego que se completa con una proyección de video y espectaculares giros en el aire, pero incluso esta celebración de “los enemigos de Ícaro” –pues dado el nombre de la compañía “Circo del Sol”, la noción de caer como Ícaro no era bienvenida – no disminuye el punto en el que estos artistas ilustran una metáfora de una forma tan bella: todos queremos ver gente volar, aunque sea porque sabemos que no podemos hacerlo.