“¡Irasshaimase!", es lo primero que escuchas cuando entras a este espacio lleno de simbolismos japoneses. Los meseros junto con Hiroshi, el chef, lo gritan al mismo tiempo. Quiere decir “bienvenido” y es cuando el nombre de Zoku toma sentido pues significa “familia”.
El lugar tiene una atmósfera cálida, invadida de piedra y madera; nada que ver con los restaurantes japoneses tradicionales que suelen ser mucho más fríos. Así que, de pronto, te das cuenta que tiene todo para relajarte y comer como te gusta. El ambiente amiguero hace que te sientas en el lugar correcto un viernes por la noche.
Lo primero que hice al llegar con esta nueva familia fue pedir sake de su amplia carta especializada. Pedí uno que se llama: Ozeki Yamadanishiki; es impronunciable, pero se siente seco y suave en la boca.
A las entradas les faltó un toque de originalidad, cuando llegó mi primer platillo –ebi tártara–, me quedé con ganas de más sabor. No me sorprendió al gusto y me recordó a cualquier platillo de camarón frito. Lo mismo sucedió con el chicken kara age, un platillo de pollo frito con salsa tártara. A pesar de que la salsa sabía casera, con alcaparras, pepinillos y el sabor ácido bien balanceado, son platillos que no volvería a pedir.
Luego todo cambió, quise probar el sushi de la casa. Llegó a la mesa un envuelto de arroz perfecto que no estaba glutinoso, al morderlo podía sentir los granos de arroz y luego el camarón frito con panko –pan rallado– y un sabor dulce por la salsa de anguila. Los sabores y texturas se fragmentaban con cada mordida: primero crujiente, luego un dulce similar a la miel y finalmente el sabor a salsa de soya. En ese momento los tambores japoneses sonaron en mi interior, presintiendo que lo mejor estaba por venir.
Tenía razón: me llevé una sorpresa cuando pedí un foie gras de pescado rape, el plato que el chef Hiroshi recomendó como el principal. Lo presentó en rodajas, decoradas con flores comestibles e ikura –hueva de salmón–, como toque artesanal. Descubrí que el paté de hígado de pescado tiene una textura similar al de pato; no supe decir si me gustó o no pues fue extraño, pero sí lo pediría de nuevo para compartir.
Lo que más me asombró fue el sashimi que puedes pedir de tres o cinco cortes distintos de pescado. Estos los elige el chef, no tú, y lo hace de acuerdo a sus colores y sabores, entonces, ningún sashimi será igual. El mío llegó de tres cortes con colores anaranjado, blanco y rojo, decorado con flores y rábanos (un ingrediente poco común en un sashimi); era un juego de matices en cortes gruesos, con un bocado me hicieron creer que estaba en el mar dándole una mordida a un pez que aún no enganchaba el anzuelo. Nunca había probado un pescado tan fresco.
El chef Hiroshi se mueve por el restaurante, saluda y pregunta a los comensales acerca de la experiencia que están viviendo; al final, yo quedé fascinada y deseosa de comer por siempre en Zoku.