Un espacio encantador, es lo primero que pienso al entrar a Sonia. Rodeado de vegetación, foquitos adornando paredes, libros viejos en estantes de madera y luz natural entrando en cada esquina. ¿Estás en una casona retro o en una floreada tacita de porcelana? diría que ambas. De la cocina abierta salen aromas y humos, nueva guarida del chef Edgar Delgado (Parrilla Paraíso).
A la comida se le atribuye el recetario de los abuelos, iniciando con la abuela Sonia, migrante polaca que llegó a México y puso su sello gastronómico en este grupo restaurantero, y por ende, el nombre del lugar. El resto de la carta equivale a la inspiración de la comida latino, italo y afroamericana.
La entrada tibia de carpaccio de betabel es inolvidable con una predominante y golosa mantequilla de pistache acompañada de semillas de girasol caramelizadas. Le siguió un elegante salpicón de pulpo (venía troceadito) con un adictivo aguachile de elote tatemado.
De los fuertes vino uno marítimo con pulpo a la mario acostado sobre un tipo de cremada con tomate a la plancha, la proteína en su consistencia exacta. Las carnitas de guajolote se desmenuzaron para evitar que se sientan secas, aspecto que además complementaron con un buen mole negro oaxaqueño que supo tropical gracias a las moras azules y el puré de plátano.
Los postres fueron todo lo que no esperaba. Literalmente, porque la descripción fue un enigma hasta que explicaron: el tejate de chocolate es tranquilo, bebida de maíz y cocoa acompañada de helado y crumble para dar texturas; la hora del té se llevó palmas, un esponjoso bizcocho de limón con bavaresa de limón (crema batida acidita con fruta), con fragmentos frescos por el helado earl grey y la manzanilla.
Sonia, además de otorgarse a la cocina del subconsciente, homenajea al historial gastronómico de los migrantes —tanto así que el pan lo traen en una canasta en forma de bote— y destaca que el rescate de sabores es magia al reunirse en la mesa.