La primera mordida es asombrosa: la grasita del queso se junta con la del lomo del cerdo horneado y bañado en salsa BBQ con mezcal. Es dulce, jugosa y, como todas las de este lugar, poco convencional.
Si lo anterior ya parece gula, acompañar la pulled pork (porque así es como se llama esa bomba calórica) con unas chili cheese fries te mandará directo al infierno. Sólo imagina: papas, carne, chile, frijoles, queso... todo obscenamente revuelto para que no puedas dejar de comer sabiendo que quizá dejarás de dormir.
Hay vino y cocteles, pero lo mejor será una cerveza de barril bien fría. Maridaje perfecto para cualquier opción de la carta. Imagínala con una tokio mahui: pan artesanal, cama de arúgula, piña, tocino y 140 gramos de carne angus prime rosadita, coronada por un gratín de queso y un exótico pero elegante toque de wasabi o con una hamburguesa de portobello acompañado de quesito de cabra y jitomates deshidratados.
No hay queja del menú. Las novedades que ofrecen para dejar atrás la hamburguesa clásica se agradecen, pero sí hay que apuntar un par de cosas sobre el espacio: aunque “tiene onda” (la decoración urbana con detalles industriales, metales, maderas y pizarrones que le dan un look de restaurantito casual de barrio) el techo de lámina pude ser una pesadilla ya que calienta demasiado el lugar en tiempos de calor y puede ser un tormento en época de lluvias.
La cocina es pequeña, eso se traduce en un tiempo de espera irregular cuando ordenas, así que tu hamburguesa llegará rápido sólo si el local no está lleno o si tienes muy buena suerte. Eso sí, cuando esa hamburguesa esté frente a ti, los indicios de ira y hambruna quedarán automáticamente olvidados.