Llegué a Anónimo Restaurante un viernes por la noche (con reservación, por supuesto). Lo primero que me impresionó y me llenó de gozo fue ver la esquina de Atlixco y Michoacán, en la Condesa, nuevamente viva.
Ahí caminaba por entre las mesas Klaus Albert, el jefe de cocina (y que ha trabajado en restaurantes de la talla de The French Laundry y El Celler de Can Roca, ahí nomás) siempre con una botella de vino en la mano, con la que rellenaba las copas de los comensales. “¿Vino?”, me preguntó. Yo afirmé y le pedí un blanco; “¿funky o normal?”, continuó el chef. Yo, con seguridad, pedí un vino funky. Y es que Anónimo es otro de los muchos lugares en donde las copas se llenan de vino natural; aquí tienen hasta 130 etiquetas exhibidas en un refrigerador. Cuando quieres un vino, te asomas, y te recomiendan.
La onda de la cocina es lo tradicional italiano (pastas y pizzas hechas en casa) pero con el toque propio de Klaus. Y para que veas que aquí las recetas sí sorprenden, pídete la Ensalada César, a lo mejor una de las ensaladas más aburridas de este y todos los universos (a juicio de quien esto escribe, por supuesto, y que los tijuanenses me perdonen), pero que en Anónimo es una joya llena de lechugas crujientes, aderezos bien balanceados y, por supuesto, una cantidad generosa de queso parmesano.
Luego de la ensalada, había que hacer espacio para los carbohidratos. Probamos una pasta carbonara con guanciale y yema; monchosa, reconfortante y, por supuesto, completamente hecha en casa. Para los días lluviosos o para curarse el mal de amores, la opción es el tortellini de elote, que viene con un broth o caldito de ternera, con todo y su cuchara sopera para que lo disfrutes al máximo y no dejes ni una gota en el plato.
La pasta ganadora de la noche fue el gnocchi parisien con espuma de pecorino; los gnocchis tenían la textura y el grado de cocción adecuados y la espuma de pecorino les daba un toque cremoso y dulzón riquísimo y, sobre todo, novedoso. Te aseguramos: esto no lo has probado antes.
No menos importante es la loza y la cristalería en la que sirven los platos. Cada vaso, cuchara, plato sopero y copa son diferentes, increíbles y en definitiva actores esenciales de la comilona que estás por vivir. Es como todo lo que siempre te quieres llevar del mercado de antigüedades de La Lagunilla, en un solo lugar.
Y así como la cocina es lucidora y presumida (eso sí, manteniéndose en la informalidad), también lo es la carta de bebidas. Si prefieres los cocteles, no te pierdas el Negroni, que se toma su tiempo tras la barra porque está hecho con cariño y cuidado, o el Manhattan. Claro, si prefieres coctelería de autor, también encontrarás opciones.
Corre, reserva, y disfruta de esta nueva opción culinaria que vino a nutrir la escena restaurantera de nuestra CDMX.
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