El refrán dice, “algunos tienen buena jaula, pero malos pájaros”. Desde Hotel Casa Awolly, Irak Roaro y Ramón Tovar desafiaron algunas reglas; como el tuétano con short rib, un platillo por el que muchos no apostaban, pero resultó icónico entre críticos de la materia; o los cocteles inspirados en el Tarot, cuyos ingredientes, sabores y presentación embonaron con los simbolismos de las cartas. Se rompen los esquemas y los dichos, sucede la magia y nos clavamos en el proyecto: Qü-Qoo Kitchen Bar es una buena jaula, con excelentes pájaros.
No te ofusques con el nombre que está de locos, porque tiene sentido: el reloj de cucú tiene un pájaro cuclillo automático que suena las horas, en inglés going cuckoo es volverse loco, el diseño del restaurante es de una pajarera en un segundo piso y lo que pruebas te enajena. No te enteras si es la casa de árbol de un Tarzán ecléctico, un nido, un club de playa en Miami o una jaula per se.
Volando llegaron dos pajaritas a la mesa, bastante alcoholizadas. Una era la pajarita colada, y no porque careciese de invitación, sino por la piña, la crema de coco y el ron que contenía. La otra se anunció como daiquiri pajarita, de lichi y frutos rojos, la más coqueta. Ambos cocteles los encontré peligrosos por la brillante ejecución de la barra en cocteles clásicos servidos tan jocosos, normados para no empalagar, animosos y para poseerlos en una tarde a docenas.
La comida mata varios pájaros de un tiro dividido en categorías perfiladas para compartir. Hay entradas que no creerías que lo son. Visualiza el poutine —plato canadiense— con suadero, huevo pochado, parmesano y gravy sobre papas a la francesa, ver la yema escurrir es brutalizar tus sentidos, jamás la resaca había enfrentado veraz enemigo. La otra es el brioche al vapor que queda suavecito, relleno de pork belly y una ensaladita de jícama con pepino y habanero, todo se complementa con una salsa macha de semillas que no pica, sino adoba y acentúa el sabor de la grasa de la carne.
Del segmento de crudos probé unos patacones (plátano macho aplanado, frito y salado) como escoltas del tartar de aleta amarilla; pasó con falsa modestia de clásico, pero el masago y el aceite de cacahuate le dieron un vuelco sutil. Aunque digan que al pájaro viejo no le sacas plumas, aquí el ceviche sacó las de pavorreal centenario. Con jurel, callo, pepino y cebolla morada en leche de tigre tradicional (bueno, con jengibre), el platillo pilla con chips delgados de camote, lo pediría mil veces. Hay tacos de canasta y no es grosería comodina del chef, los hizo con pato adobado y frijoles, empapelados y con salsa verde cruda, lo único que pediría para compartir, por goloso.
Los platos fuertes son cómodos a la vista: ossobuco, espagueti, hamburguesa. Pero hay que profundizar porque llevan sorpresas como vodka o foie gras. Otros se mantienen discretos, así el fideo seco a la tumbada que resultó una suerte de fideua, reconfortante y nada ostentoso. De postre tocaron conchas caseras con leche para chopear, una movida atrevida y airosa de la cocina, la última jugada modesta de aquella tarde para concluir que el que es perico, donde quiera es verde.