Con los chefs Atzin Santos (Atalaya) y Santiago Migoya (Talo) como socios, Grande Sorriso no podía servir una pizza cualquiera, aunque la idea sí fue abrir un lugar casual, accesible, en un local de dos pisos, casi en esquina con Mariano Escobedo. Desde la entrada puedes ver a los pizzaiolos cubriendo la masa fina con ingredientes apetitosos y sacando las pizzas cuatro minutos después, con la orilla tostadita y el perfume inigualable de la leña.
Como primer tiempo pedí un aperol spritz para combatir el calor (¡funcionó!) y la ensalada de hojas verdes con burrata y pesto de acuyo con pistache, una entrada fresca y generosa con una sabia graduación de las notas de menta y anís de la hoja santa. Luego disfruté mucho de su pizza sotobosque, con hongos, alcachofas y jitomate secado al sol; casi me gustó más que la de prosciutto con espinacas y berza (kale), y eso que no pude probar la de tocino con pera y mozzarella, que se había acabado. Ya regresaré por ella, y también a probar sus desayunos.
Al final, saboreé un postre muy al estilo siciliano: un espresso y unos cannoli bien crujientes, con un relleno cremoso de ricotta, que ganaba vivacidad con ralladura de naranja, trocitos de chabacanos, higos deshidratados y pistache picado. Con tan buena comida, su atmósfera relajada y precios justos, en efecto salí de Pizzería Grande con una amplia sonrisa.