Visitar esta fonda es como entrar a un Pueblo Mágico, tiene una decoración sencilla y minimalista que te enamora; el verde brillante en las sillas y mesas contrasta con la madera, luego los espejos hexagonales aquí y allá, creando un efecto de panal de abejas con el piso que se extiende a un cuarto de la pared. Hay un envolvente aroma a comida mexicana desde la entrada que te avisa sobre la experiencia culinaria que te espera.
Para comenzar, el mesero me recomendó un refresco artesanal de manzana, traído de Zacatlán de las Manzanas, Puebla; es inmensa la diferencia con los productos comerciales. De la carta de comida pedí la sopa de fideo con tuétano (imperdible) y un tlacoyo de requesón y escamoles.
La sopa me transportó a una comida corrida y los pequeños trozos de tuétano cambiaron totalmente la composición del platillo. Encontré la masa del tlacoyo un poco seca, pero la combinación de quelite, escamoles y requesón fue perfecta para complementar con un agua de guayaba con menta. Ambos platillos fueron ejemplo de lo simple y bien hecho; los sabores de cada elemento de los platillos resaltó al pasar por la boca y las porciones exactas para seguir comiendo sin reventar.
Para terminar pedí un pan del anaquel, era un cuernito con chocolate en la parte superior, la masa artesanal preparada con cuidado y llena de sabor. Lo acompañé con una bolita de helado de vainilla, fresas y unas tejas de galleta.
Nomeolvides es un paraíso de platillos mexicanos, es importante resaltar la ejecución de Juan Carstensen en la cocina, quien con buen gusto y técnica culinaria logró que cada detalle cumpliera con la tradición de las recetas y en lo contemporáneo del concepto.
Pregunta por el menú del día, en el que puedes escoger sopa, agua del día y plato fuerte, con un precio muy accesible por comida que vale la pena probar.