Lo imperdible es el pan: tienen danesas de arándanos y pasas, croissants de higo con almendra, chocolatines y muffins de elote con plátano, cualquiera que pidas te llenará la barriga. Cada uno tiene una textura impecable y todos están esponjosos y frescos. Me pedí el croissant, por fuera estaba crujiente, pero por dentro la masa del hojaldre se fundía con el higo, me lo terminé en cinco mordidas. El pan es tan rico que el tiempo se te va de volada. Para acompañar puedes pedir un café frío o caliente, también hay bebidas como chocolate y moka, tés y tisanas, smoothies normales y moleculares (con bolitas de sabor que se van hasta el fondo y despiertan una sensación concentrada en tu paladar cuando te las comes).
De suelo a techo el lugar es gris y en la panadería puedes ver al maestro panadero haciendo lo suyo; están los costales de harina, la báscula, los ingredientes, el horno y el carrito donde ponen las charolas repletas de pan salado y bizcochos. Luego están la caja y la barra. El resto del espacio son mesas, sillones y sillas para los clientes. En el menú hay ensaladas, pastas, helados y paletas. También tienen promociones diarias y una opción que incluye dos tiempos y un vaso de agua del día. Si trabajas o vives cerca, opta por el paquete de pan y café americano, cualquier oficinista que se respete sabrá apreciar esta combinación diaria.
Te recomiendo pedir una chapata, puedes pedir el pan natural, con granos, de ajo, cebolla o hierbas, viene con papitas fritas y puedes acompañarla con un smoothie molecular para llenarte de energía, o con una cerveza bien fría para relajarte. Durante el día hay un ir y venir de gente que viene a comer mientras se arma la junta de chamba, pues el lugar es amplio y las mesas tienen bastante privacidad entre ellas.