Dicen que lo bueno viene en empaques pequeños y este lugar es una diminuta panadería artesanal. En el interior del local las lámparas son batidores globo e iluminan una barra en donde Negro Dulces y Postres cumple lo que promete.
Puedes elegir entre un café americano, capuchino o espresso y deleitarte con alguno de los pasteles. No hay gran variedad pero todos están ricos, sobre todo los que llevan café. Tienen tiramisú con queso mascarpone y otro llamado café irlandés, con miel, nuez, canela y un cremoso licor de whisky. Hay otras especialidades, como el pan brioche relleno de dulce de leche, tartas (prueba la mediterránea que lleva higos frescos), hojaldres rellenos y otros tantos.
Tomé un espresso cortado servido en una taza minimalista, completamente transparente y con el asa de metal, muy bonita. Me decidí por el pastel de avellana con caramelo; estaba cubierto con doble chantilly, un costado era de vainilla con chocolate y el otro de chocolate amargo con una especia llamada tonka –de un sabor parecido al cardamomo–. No impresionó en sabores ni en técnica, pero sí satisfizo mis papilas gustativas con su generosa dosis de azúcar.
Uno de los fuertes de esta pastelería es la presentación de sus productos, engalanan a la vista y junto con la sensación íntima que ofrece el local, lo convierten en un espacio que vale la pena visitar en la Cuauhtémoc.
Tengo que decirlo: en esos días en que los pasteleros tienen muchos pedidos que resolver, el servicio se vuelve un poco lento; podemos armarnos de paciencia, o también, recomendarle a los encargados que busquen apoyo para esos momentos.
En temporadas especiales hacen panes tradicionales, como Rosca de Reyes y Pan de Muerto.