Nos lanzamos hasta Huixquilucan a conocer un concepto que toma como referencia la comida mediterránea (sus preparaciones, técnicas y tradiciones culinarias) pero además trata de hacerlo sustentable y, por si fuera poco, aún más rico con ingredientes mexicanos.
A veces es complicado encontrar buenas propuestas fuera la Condesa, Polanco, la Roma o la Narvarte. Para los que habitan muy al poniente de la ciudad, este lugar queda a 5 min de Interlomas. Se trata de una cocina pensada y preparada desde el amor, con la calidez de la familia y combinaciones auténticas, por lo que no deja de ser una experiencia fresca.
La idea es una conjunción entre el Chef Azari Cuenca, reconocido por su desarrollo de huertos urbanos, además de proyectos mega exitosos como Balmori Rooftop Roma y Niuyorquina Bar; y Óscar Rodríguez Borgio, un master en el ramo de la hotelería, lo cual termina complementando perfectamente el proyecto.
El lugar es bello, con techos altos, zona de barra, una pequeña terraza, mesas de buen tamaño, sillas y sillones cómodos, decoración inspirada en un hogar elegante (candelabros, espejos, plantas, libreros) aunque sin pretensiones, con una iluminación que se va adaptando a la hora.
Respecto a la comida, no nos juzguen, porque sí le metimos el diente a muchos platillos (nada que no se arregle con correr un poquito extra al día siguiente). Estos fueron nuestros favs: de entrada, la alcachofa triple textura, que consta de corazones sellados, servidos en un cremoso de alcachofa y coronado con un crocante, pues ¿de qué más? de alcachofa. Sus texturas y un fuerte sabor a ajo fue lo que nos conquistó.
Le seguimos con una crema di carote, suave crema de zanahoria con un toque de miel, cacao en polvo, focaccia de hierbas finas hecha en casa. Bien balanceada por los toques dulces, salados y ácidos que hacen una fiesta en la boca.
No nos queríamos ir sin probar alguna pasta, elegimos la carbonara, pasta larga del día servida en una tradicional salsa carbonara (huevos, queso duro, cerdo curado y pimienta negra), terminada con pancetta ahumada y queso parmesano recién rallado. Sabores que ya conoces, pero con un toque de amor de esa persona que cocina como el mismísimo Ratatouille.
Para el plato fuerte, pesque fresco, nos tocó un robalo fresco al grill, envuelto en una costra de tortilla tatemada, montado sobre verduras asadas y un cremoso de limón. Una delicia con esos toques a humo, el dulce de las verduras y la acidez que le agrega el limón, que no busca hacerte gesticular, si no aportar sabor (spoiler, lo logra).
Para terminar, nos consentimos con una panna cotta, terminada con mermelada de frutos del bosque y crumble de vainilla. Una opción si eres del team que te empalagas rápido.
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