Siempre sorprende que la Cuauhtémoc sea una colonia tan tranquila y familiar inserta entre caóticos ejes viales. En estas calles no es difícil encontrarte por casualidad verdaderos refugios cuyos sabores sorprenden a la vez que te aislan del ajetreo, tal como me pasó con Manú. Lo que me interesó fueron los frascos de especias en las paredes y los libros de cocina libanesa.
Además de la barra de café y mezclas de té muy interesantes, en esta cafetería se especializan en el manushe, un bocadillo libanés que generalmente consta de un pan pita hecho al momento, con bastante polvo de zaatar o alguna otra hierba aromática y aceite de oliva.
Enseguida nos explicaron que, de las opciones de la carta, el más tradicional es el de queso y zaatar, mientras que el resto juega entre ingredientes de Oriente Medio y otros mucho más locales. Pedimos el de alcachofa con jocoque y el de cordero, ambos llegaron con un par de chiles güeros, un poco de espinaca, jitomate y pepino (toppings que todos traen de cajón). Mientras el de alcachofa tenía un sabor sutil (nada que un poco de salsa macha no levante), el de cordero era mucho más intenso y, si te gusta lo agridulce, te va a encantar el toque de melaza de granada.
Aunque no es algo común en Líbano, también se aventuraron a hacer manushe dulce, como el de pistache o el de mermelada de moras, requesón y miel, pero lo que verdaderamente nos hacía ojitos fue el pan dulce de la vitrina, de donde te recomiendanos las galletas de la casa.
Tip: si te cae la noche, ve preparado porque hay muchos mosquitos en la terraza.
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