Siembra Comedor Polanco
Foto: Alejandra Carbajal
Foto: Alejandra Carbajal

Los 10 mejores restaurantes de 2022

Estos fueron los nuevos restaurantes que nos enamoraron y a los que deberías darles una oportunidad el próximo año.

Elisa Herrera
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Se termina un gran año, ya que, en comparación con los últimos dos, por fin la vida exterior volvió a ser emocionante y llena de movimiento.

Para empezar, la mayoría de nosotros dejamos de salir con miedo a la calle, por lo que muchas propuestas culinarias que tuvieron su origen como dark kitchens, ahora son restaurantes fijos; además volvieron los festivales gastronómicos que tanto nos hacen felices. ¿Y Lo mejor? Entre las aperturas de este año hubo proyectos súper interesantes, desde aquellos que son  conscientes de la situación ambiental que enfrentamos, hasta los que están dando a conocer la cocina de países lejanos para enriquecer la oferta de la CDMX. 

Poco a poco caminamos hacia la reactivación del sector restaurantero y eso nos alegra el corazón. Para celebrarlo, anota estos 10 nuevos lugares que tienes que visitar el próximo año. 

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Los 10 mejores restaurantes de la Ciudad de México 2022

1. Siembra Comedor

Los chefs Karina Mejía e Israel Montero comenzaron en 2019 un proyecto de tortillería para rescatar las variedades de maíz criollo mexicano. Siembra abarcó todo el proceso, desde la relación con el campo, el molino y la nixtamalización hasta echar a andar la máquina de tortillas, las cuales salen con ese sabor a maíz sanito, directo de milpas tlaxcaltecas. 

Luego, con la pandemia, vino la taquería, que aún se encuentra en Isaac Newton 256. El éxito de sus rellenos como el de pesca del día al pastor o cecina con chorizo verde los llevó ahora a abrir un restaurante hecho y derecho a unos cuantos pasos. 

Quizás no inventen ningún hilo, pero encontrar un antojito tan bien elaborado que te vuele la cabeza no es cosa fácil. Advertencia: eso puede ocurrirte con el sope de escamoles o la tostada de atún, que más que atún parece mantequilla porque se derrite en la boca, a la cual, para llegar al diez de diez absoluto, recomiendo salpicar con la salsa de chiltepín que preparan ahí mismo.

 

Ejército Nacional Mexicano 314, Polanco. Mar-sáb 1-10pm, dom 8:30am-4pm. $700

2. Coyota

Aquí no sirven botanas, sirven “unidades culturales comestibles”. El proyecto, ligado al colectivo Sexto, (colaboradores tambipen de Sidra Libre) que nació como una serie de experiencias gastronómicas para entender nuestra tradición culinaria, acaba de estrenar casa. Un lugar donde confluyen proyectos chidos y sustentables. Además de antojitos muy originales, hay pulque, tejuino o kombucha que tienes que probar.

Jardín Mascarones, Santa María La Ribera. Metro San Cosme. Jue-sáb 2-10pm, dom 1-6pm.

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3. Tencüi

El nuevo restaurante del chef Mario Espinosa (Madereros) de cocina fungi. Pero la onda fungi trasciende lo que sucede en los fogones (y en las barras, y en la repostería); toda la decoración del lugar está pensada para recordarte los hongos en todas sus formas. Tienen una cámara de fructificación, donde cultivan sus propios hongos y ahora los martes de tacos con invitados semanales. 

Eligio Ancona 191, Santa María la Ribera. Metrobús Buenavista. Mar-sáb 1-11pm, dom 10am-6pm. $400

  • Roma

Te advertimos que cuando vayas a Anti Fine Dining vas a ver moscas por todos lados. Pero será porque estas mosquitas son las mascotas del restaurante, y comunican, con humor, el concepto.

Vamos por partes: ¿Anti Fine Dining está en contra –y va en contra- de todos los fine dining?, no. De hecho, replica el servicio impecable, la loza y la cristalería preciosas y el diseño esmerado que caracteriza a los restaurantes más acá. La diferencia es que ahí sí puedes asistir de tenis y jeans y cenar mientras escuchas los éxitos pop.  

Y así como irreverente, el lugar es riquísimo. Prueba de ello es la Patricia, una infladita de terrina de pata, que llega a tu mesa junto con las indicaciones del chef Alfredo González: para la primera mordida, cómetela con las manos. Después, usa la cuchara para romperla, aplastara y acabar con ella.

También con las manos nos comimos las chilacas rellenas de tocino, requesón y salsa de sésamo negro, que se sugieren con unas gotitas de limón y que te obligarán a chuparte los dedos tras cada mordida (porque en Anti Fine Dining, los modales se quedan en la puerta). Otro imperdible es el Risueño, un risotto con salsa de codzito, alioli de tinta de calamar, una yemita y mejillones. Este risotto, que debes de mezclar para integrar los sabores, se sirve con unas rebanadas de pan de masa madre atascadas de mantequilla, y deliciosas.

Y para beber, los cocteles de autor no tienen pierde, como el Mesa de Parota: aserrín de hojas de higo infusionadas con vodka, jugo de zanahoria, y un acabado muy fino de jerez fino (sic.).

Total que el Anti Fine Dining sí es muy fine, pero también es refrescante porque aquí sí te puedes sentir cómodx, pedir limón extra y comer en tu mesa de manteles largos.

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  • Roma

Galea, el nuevo restaurante italiano en la Roma, se destaca por los ingredientes de alta calidad. Ahí, Rafael Zaga y Michelle Catarata no solo le hacen honor a lo tradicional italiano, sino también a detalles deslumbrantes que residen, originalmente, en sus core memories (o en los sabores que los han acompañado y educado a lo largo de sus vidas, reflejados en esta carta).

Te sugiero empezar pidiendo al anfitrión, Edoardo Lato, una recomendación para elegir tu vino; en menos de cinco minutos te encontrarás disfrutando uno de los favoritos (que ahora será favorito para ti también). Anticipo mi pequeño lineup: Palmadin (Pinot Grigio) y Guardiola Etna Rosso. Recomendadísimos para toda la velada de principio a fin.

El aceite de olivo de Galea merece una mención especial. Mucho se habla de los productos importados como si eso fuese realmente el elemento clave de este tipo de cocina… aquí ni el aceite es la excepción cuando se trata de productos hechos en México. Sumamente fresco, aromático, con la textura perfecta. No hace falta más que un pedazo de pan para disfrutar algo que más allá de ser simple, me parece más bien, un statement bien pensado.

Advierto: yo exageré probando tantos platillos, pero no porque sean porciones inmensas. De hecho, van de bocados a platos medios que dan la oportunidad de pedir varias cosas en una misma noche o compartir. Comenzamos con los crostinis de jitomate marinado, de anchoa, mantequilla y salsa verde.

Seguimos con el crudo de lobina. Por lo afamado de este formato, puede volverse un plato que establece el sello de calidad de las entradas de un restaurante. Acompañado de pepino, jícama, chile manzano, aceite de albahaca e hinojo, termina siendo un aguachile muy italiano. El pescado se derrite fácil en tu paladar y en este punto la paranoia culinaria te pega. Puedes fantasear perfectamente que tienen una montaña rusa planificada para cada paso que des en este menú. Pero no para ahí.

Los antipastos, como los conocemos los amantes de lo italiano, se concretan en cinco propuestas de las cuales probé el recomendado de la casa: poro sellado con alcaparras y salsa verde; un clásico, la burrata con mezcla de jitomates y albahaca y algo más arriesgado; el milhojas de camote con pecorino sardo y gremolata de pepita. De lo más intuitivo a lo innovador.

A este punto se podría afirmar que en una sola sentada entrenaste tu paladar y nos adentramos en una nueva especialidad: la pasta hecha en casa. Entre el garganelli (hongos, nuez de la india, ricotta salata) y el los culurgiones (bacalao, bottarga, papa) me quedo con el segundo. No porque las otras no sean complacientes y competentes, sino que la verdad no sueles probar el bacalao en un formato como este. Lo acostumbramos invasivo al paladar y esta configuración lo abraza, le da contraste, le saca sus mejores atributos y hace que todo se trate de un balance perfecto.

Elegí saltarme el plato fuerte, una decisión dura pero que reemplacé por una opción seductora. Y heme ahí, frente a dos sorbetes, tres helados y bombolinis (una especie de donita bañada en azúcar, vainilla y crema de lavanda) para cerrar la noche.

En Galea, cada plato con te empuja a transitar un camino de contrastes y mezclas nuevas para las que no estabas preparado. Aquí, nada se trata de protagonismos depositados en personas, sino de equipos entrenados, liderados con cariño, que terminan engendrando proyectos tan sólidos porque los unen los mismos propósitos: el crecimiento constante, el compartir lo nuevo, demostrar que el uso responsable y respetuoso de cada ingrediente, en efecto, tiene resultados abrumadoramente buenos. Al final del día, necesitas talento (muy humano) para poder llegar aquí. Galea logra meterse a tus entrañas sea como sea, solo tienes que dejarte llevar. No hay pasos en falso.

Milena González 

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  • Condesa

Mucho de lo que sabemos de Bélgica tiene que ver con comida: waffles, chocolate, papas fritas, cervezas robustas. Y, como descubrimos en Frituur, esa es apenas la punta del iceberg. Este bonito lugar, hermano del food truck de hotcakes La Poffería, ofrece desayunos, snacks, cenas y postres típicos de Bélgica y Holanda. ¿Por qué esos países? porque Glenn Van Damme es originario de Zelanda, una provincia holandesa a quince minutos de la ciudad de Brujas, en Bélgica. Hace poco más de cuatro años que vive en México, pero fue desde la pandemia cuando decidió junto con Gypsy Lara dar a conocer los platillos originales de aquellos lares. 

Primero tenía que probar lo que los está dando a conocer: las papas fritas con distintos toppings. Pedí las Frites con stoofvlees, que van con un estofado de res preparado con cerveza belga Brugse Zot Dubbel, y las acompañé con esa misma cerveza. ¿Cómo consiguen la textura perfecta de las papas? Me explicaron que están hechas según la tradición flamenca, con doble fritura, primero en grasa animal y una segunda más caliente para que estén crocantes por fuera.

El estofado va servido con una buena porción de mayonesa casera que no le roba protagonismo; es espeso y toma el dulzor de la cerveza oscura. Tip: cómelo en cuanto te llegue para que puedas sumergir las papas fácilmente. 

Otros snacks muy sabrosos fueron el Kaaskroketten (como una empanada frita de quesos holandeses) y el Scampikroketten, unas barritas de camarón con un toque de guajillo. El chiste con todos sus snacks fritos es que los chopees en sus distintas salsas caseras (por cierto, yo también le sufrí a los nombres, pero todo está detallado en la carta). Otro dato: los sábados encuentras mejillones al vino blanco como dicta la costumbre belga. 

Al llegar al postre, me explicaron que tienen dos estilos de waffles, los de Lieja (exhibidos en la barra) son redonditos y un poco más densos. Los puedes elegir con chocolate amargo, canela, crema de vainilla o pasta de galleta; y los de Bruselas, mucho más aireados, de los que hay opciones saladas y dulces. De estos últimos pedí el belga, perfecto en su sencillez, fue como comer una nube con fresas y una crema batida para nada empalagosa. 

Te recomendamos: Boca Llena nasty waffles 

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  • Vida nocturna
  • Juárez 

Si vas caminando por la Juárez y encuentras dos asteriscos en una pared negra o en un letrerito iluminado con un fondo verde, ponles atención. Seguramente se trata del nuevo bar de Klaus Albert y los creadores de Anónimo Restaurante. 

Al estar en una calle chiquitita, Sinónimo se deja descubrir por quienes de inicio lo están buscando. Cada uno de sus dos pisos tiene una onda propia y, a la vez, se complementan en su decoración de una elegancia medio lúgubre. La planta baja está abierta a la calle y algo que me gustó es que si vas a cenar, todo lo que ocurre en la cocina es parte de la experiencia; en un mismo espacio se conecta desde la preparación de los platillos hasta el cigarrito callejero post-cena.

A la izquierda, el misterio continúa con unas escaleras negras te llevan al segundo piso. Aquí la decoración y la luz crean una atmósfera más íntima, pero cuyo mobiliario comunal se presta para que al final de la noche salgas con un puñado de nuevos amigos personales.

En esta barra, al compás del último hit de reguetón, pop clásico o hasta una salsa, nace la coctelería de la casa, obra de Xchel Montoya, quien sorprende con tragos como una paloma rosa con mezcal, jugo de toronja, cordial de frambuesa y sal ahumada. También tienen una muy curada selección de vinos, con etiquetas que solo podrías encontrar en tiendas especializadas.

La cocina, a cargo de la chef Itzel Meléndez Vergara, es corta pero segura. Los platos (aún más fotogénicos que en Anónimo) consiguen sabores precisos sin exagerar el número de ingredientes, pero tienen toques arriesgados que hacen que los recuerdes a posteridad. En mi caso, los que sigo saboreando en mi mente desde mi primera visita fue el pan tomate con sardinas encurtidas, (ojo que el sabor es fuerte si no sueles entrarle a las sardinas) y la lengua con caldito de chorizo en un aterciopelado puré de papa (¿adivinaste que se ganó un lugar en mi corazón?). Para cerrar, no dejes pasar la oportunidad de compartir la tarta de duraznos al grill. 

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  • Jardínes del Pedregal

Hace mucho tiempo que no existía en el Pedregal un lugar fresco, arriesgado y nuevo en todo sentido. Ahora, con una flamante propuesta, llega a nosotros Rocasal, inspirado en la arquitectura muy al estilo de Luis Barragán y una gastronomía natural, orgánica y sustentable.

La versatilidad del lugar comienza desde que entras, con espacios amplios y bien delimitados, exclusivos y pensados para cada mood y plan en el que vayas: con pareja, amigos, quizá para una reunión un poco más privada. Seguro encontrarás el espacio que se acomode a  lo que necesitas.  

Esa diversidad también se logra percibir en los platillos, pensados para que cada que vayas, pidas y descubras algo nuevo. Así, si quieres probar todo el menú, tendrás que ir muchas, pero muchas veces. Un reto que vale la pena aceptar.

La cocina es liderada por la chef Atala Olmos, una mujer que ha trabajado en Europa, Asia y Norteamérica y que deja que esas otras latitudes influyan en su cocina. Atala se define a sí misma como “internacional contemporánea”, preparando platillos “casuales, pero con otro nivel gastronómico”, ¿y te decimos algo? lo logra.

En el menú hay pescado, carnes rojas, pollo, frutas, verduras, quesos, arroz, pastas, ensaladas, entre otras cosas. Todos los ingredientes son frescos, naturales, orgánicos y lo más sustentables posibles.

No mentimos cuando te decimos que el menú es muy extenso, nosotros tuvimos la oportunidad de probar muchos platillos y nada más no acabamos, pero dentro de los que probamos existen algunos que no te puedes perder por nada del mundo.

Si te gustan los sabores fuertes, te recomendamos el aguachile de ribeye. Otro imperdible es el ceviche de pescado blanco, que no falla nunca; pero sí o sí debes probar la Minimagnum de Cheesse Cake, además de rica, la experiencia es algo que pocos postres logran, y es llevarte al pasado en una sola mordida.

Los platillos de Rocasal están llenos de texturas, sabores, temperaturas y sensaciones. Juegan con todo ello para sorprender a la vista y al paladar, desde las bebidas, pasando por la comida, hasta el postre.

Uno de los puntos más fuertes dentro de este restaurante, es la fidelidad y congruencia que tienen con su concepto: el lugar y la cantidad de salas disponibles dentro de un solo espacio; la comida, la bebida (esas características con las que juegan), además de la vajilla y la cristalería, llena de tonos, texturas y singularidades.

Así que date una vuelta, prueba lo que te llame la atención y disfruta de las nuevas propuestas que se están sumando a la gastronomía mexa.

Alexis Gutiérrez

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  • Independencia

Hay una nueva joya de la colonia Independencia. Eje 6, muy cerca del cruce con Eje Central, es una esquina ruidosa donde el tránsito nunca se detiene. Sin embargo, olvidamos todo eso una vez que nos instalamos en Radici, un lugar que hacía falta de este lado de la ciudad. 

La distribución del lugar es un poco extraña. La cocina está abajo, abierta a la mirada de los peatones, mientras que las mesas se encuentran en el segundo piso, al cual se accede por una escalera naranja, muy industrial, que contrasta con los murales de escenas italianas que adornan las paredes. Arriba, la decoración es sencilla, informal, nada ostentosa. Como para un día cualquiera, excepto por un detalle: la pizza de Radici ha ganado concursos nacionales. 

Como muchas pizzerías artesanales, la carta no es extensa, sino que privilegia platillos pensados y probados. Antes de la pizza, merece una mención la entrada de arancini. Seis croquetas redondas de risotto all pomodoro y rellenas de queso mozzarella con salsa arrabiata. Nada en ellas sobra ni falta. 

Ahora sí, las estrellas del lugar. Se trata de pizzas napolitanas creada por el chef Joshua Serrano, cuya masa, aunque no es en sí masa madre, se fermenta de 24 a 48 horas, por lo que, nos explican, es ligera y se digiere muy fácilmente. Su original pizza Bologna (ricotta, mozzarella, mortadela italiana, pesto genovés, pistache en polvo y ralladura de limón eureka) ganó el 1er lugar en el Campeonato Mexicano de Pizza 2017. Y sin duda la presencia del sabor cítrico la hizo distinta a cualquier pizza que haya probado. 

Aunque si me preguntan, mi favorita fue la Radici, que lleva la misma base delgada y crocante, con queso ricotta, mozzarella, salchicha italiana, crocante de berenjena y mix de hongos al vino blanco. Una de las mayores virtudes de Radici son los precios accesibles para la calidad que encuentras, ya que sólo la pizza Bologna supera los 200 pesos. 

Si no le temes a nada, la Fritta di Napoli es una pizza frita con salami importado, arúgula y albahaca fresca. Para maridar, hay vinos por copeo o botella y en cuanto a coctelería, sólo hay de dos sopas: tinto de verano o aperol spritz. Me fui por el tinto que siempre cae bien para la calor. 

Y porque por postres monchosos no paramos, probamos sus dos pizzas dulces: una con un delgado glaseado de mezcal de oaxaca y frutos rojos, y otra de nutella que es el desenfreno hecho postre. 

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  • Cuauhtémoc

Lazy Susan es el último integrante del grupo Edo Kobayashi. Se trata de un speakeasy, por lo que la entrada es un tanto misteriosa. Para llegar a él debes subir unas escaleras a un lado de Le Tachinomi Desu, en lo que ya se conoce como Little Tokio, por el dominio de restaurantes orientales en la Cuauhtémoc.

El concepto de este nuevo integrante es la cocina chuka, que se refiere a la adaptación de los japoneses de los platos de comida china que llegaron a Japón con las migraciones ocurridas durante la segunda mitad del siglo XIX. Por ello, en la carta es difícil decir dónde empieza lo chino y acaba lo japonés, pero la mezcla es bienvenida. La decoración combina sonrientes dragones chinos con un estilo sobrio y a media luz, aunque enseguida verás que es más relajado que otros restaurantes del grupo Kobayashi. 

Al entrar, inmediatamente se impone una amplia barra desde donde todos los visitantes pueden observar cómo se preparan sus alimentos. Si quieres algo más privado, también hay un elegante saloncito con una mesa circular, donde se encuentra justamente el utensilio que da nombre al lugar, una Lazy Susan, o sea una bandeja giratoria al centro de la mesa.  

Los ejemplos más clásicos de esta cocina son el ramen, los dim sum o los camarones picantes (Ebi Chili). Todos los encuentras en la carta, pero en cuanto a entradas, las gyozas rellenas de pancetta de cerdo y vegetales no fallan, chopeadas en una salsa de soya especial, importada de China y mejorada por el chef del grupo, Toshi Narita. 

¿Te animarías a comer medusa? Este es uno de los pocos lugares que la sirven en una entrada llamada Ban Ban Ji, que reúne en una entrada tiras de pollo orgánico bañado en una salsa de ajonjolí, medusa encurtida y vegetales. Debo advertirte que la consistencia es peculiar, entre dura y gelatinosa, pero es una de esas cosas que puedes probar por la anécdota.  

Los que me sorprendieron por su sabor especiado fueron los ostiones con shokoshu al vapor. Entre los fuertes, vas a encontrar una gama de platos con cerdo de precios muy variados, pero me quedo con los tacos de carne y hongos shiitake en hojas de lechuga, que además de ligeros, están perfectamente condimentados y la porción es generosa. Acompaña todo con una cerveza china como la Lucky Buddha o un sake mexicano suave como el Nami. 

¿Eres fan de los raspados? El postre más icónico de Lazy Susan es una versión mucho más delicada llamada kakigori (claro, no dejan de ser japoneses), hecha con una máquina que produce una montaña de finas hojuelas de hielo sobre la que vierten un coulis casero de fresa o mango, según la temporada, y frutas frescas. ¡Ojo, es gigante! Necesitarás ayuda para acabarlo.

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