¡Son unos visionarios! Para empezar, hace treinta años, cuando no era la onda, le pusieron a su local el mismo nombre de la dirección que ocupaban, el número 333 que se volvió famoso. La vida siguió y cambiaron su domicilio, pero conservaron el nombre. Todo esto fue, por cierto, en Guadalajara, la capital de las tortas ahogadas. La carnita de esta historia es que ahora están en la Condesa en un lugar muy chico, rojo y sabroso, en el que la especialidad son las tortas ahogadas.
Cabe mencionar que tienen un par de ases bajo la manga; el primero es que hacen malabares para traer el birote por lo menos tres veces por semana, lo que garantiza la frescura del pan. El segundo son sus cebollitas, muchos lugares tienen buena cebolla desflemada para acompañar la torta, pero en este sitio les ponen una variable tolerable de la salsa de chile de árbol, ¡puro punch!, un sabor penetrante que se te va al cerebro.
La carta es breve como quien sabe lo que tiene, y lo que tú debes saber, es que en la oferta se lee torta o taco de chicharrón, pero no es el chicharrón que se come en la CDMX, sino que es pancita finamente picada y guisada en otra salsa. Si esperas chicharrón en salsa te vas a sorprender, si vas con mente abierta, te vas a volar la cabeza con esta contundentemente casera versión de un guiso. Al final, usan camarones, o chicharrón, preparados con esta salsa especial para rellenar las tortas ahogadas que son más de la casa. Si eres de gustos tradicionales, las de carnitas no te van a decepcionar, pero vamos, el chiste es probar.
Las chelas son al 2x1 y tienen una promoción divertida para quienes los visitan, pero sólo te puedes enterar estando ahí. Por último, malas noticias: como son tan, pero tan tradicionales, cierran a las 5 pm, so pretexto de que en Guadalajara las tortas se usan para desayunar y apenas se están adaptando a que en la ciudad se nos antojan a la hora de la comida o de la cena.