El entrepiso de la plaza Tudor resguarda un secreto. Lo descubro apenas bajo unas escaleras y cruzo la puerta: ante mis ojos, se devela un bistró francés de principios del siglo XX, iluminado por la luz tenue de las velas, ilustraciones de Toulouse-Lautrec y uno que otro adorno rococó dispuesto al azar. ¿Cómo es que no lo había visto antes?
La Vie en Rose destila intimidad y confidencia, por lo que no extraña que en todas las mesas haya grupos de amigos sumergidos en la plática. Céline, la dueña de origen francés, recorre el salón para asegurarse de que los comensales se sientan como en la sala de su casa.
El ambiente despierta los sentidos y nos seducen los olores que se desprenden de la cocina. En segundo plano, una canción de Cat Power. El momento pide a gritos un brindis, así que rápidamente me zambullo en la carta de vinos. Más bien fue un chapuzón: la lista es breve y hay poca variedad entre sus etiquetas. ¿Lo bueno? Hay champagne por copeo y cocteles preparados, como el concorde, que lleva mezcal y jugo de guayaba, que entona pero no es ningún viaje supersónico.
El mesero cuenta que la carta de alimentos cambia cada mes según los productos de la temporada, pero siempre se pueden encontrar de cajón la sopa de cebolla, el filete de res con foie gras, las tablas de quesos, los tagliatelles hechos en casa y los especiales del mes.
Cedo a su recomendación y pido el tartar de atún con crujiente de parmesano, aunque dudo de la frescura de estos ingredientes en un bistró francés. Sorpresa: el atún, el mango, el aguacate y el cebollín tocan una canción melodiosa y coordinada… y, sobre todo, fresca. ¿One hit wonder o clásico por consolidarse?
La espera entre un tiempo y otro es larga, pero el menú me asegura que esto se debe a la preparación casera y artesanal de cada plato. La decadencia llega en forma de un extravagante filete de res con un trozo de foie gras fresco por encima, una cama de puerros caramelizados por debajo y un gratín dauphinois crujiente a un costado.
Demasiado para una sola vida, tan poco tiempo para devorarlo. El platillo conjuga la armonía de bocados que a ratos se sienten como amor y a ratos, como lujuria.
Y porque la vida es corta y siempre se puede recorrer a pie (mi método de transporte elegido después del festín), pido pay de limón. El sabor del hojaldre junto con las texturas del merengue y la crema de cítricos vuelven a alebrestar los sentidos que, a estas alturas, necesitan una siesta.
Mientras atravieso de nuevo la puerta, no dejo de pensar en lo mucho que contrasta este pequeño rincón de la Roma contra esas propuestas frívolas que abundan en DF. Una frescura así de auténtica, así de real, es un secreto que merece ser revelado.
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Time Out dice
Detalles
- Dirección
- Álvaro Obregón 275
- Roma
- México, DF
- 06700
- Transporte
- Metrobús Álvaro Obregón
- Precio
- Consumo promedio por persona $450
- Horas de apertura
- Mar-sáb 1pm-12am, dom 10am-4pm
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