Siempre he dudado de los lugares en los que te dan una sola servilleta. Klein's es uno de ellos, y a pesar de ligar el escatimo de servilletas al racionar de igual manera la calidad e higiene en los alimentos, me quedó claro que –al menos aquí– la historia es diferente.
Klein's es un diner con vista a los edificios del frío –en más de un sentido– Santa Fe. En medio de este corporativismo y de su vida encorbatada hay, a modo de oasis, un discreto local local enfundado en cristales y dividido en una terraza.
Al interior te cuenta su historia en la carta y en una de sus paredes. El nombre del lugar honra a Edward Klein, un combatiente de la Segunda Guerra Mundial, quien se casó con una mujer poblana y puso un restaurante en Polanco en 1962, del cual ésta es su tercera sucursal.
Aquí podrás disfrutar de platillos para hacer las tres comidas. Para el desayuno son muy solicitados los hot cakes o sus aplaudidos waffles con plátano. Prueba también el bagel con salmón ahumado y queso crema, y a modo de tip: pregunta por sus "daily deals" (ofertas del día), que se sirven antes de la 1pm.
Para comer o cenar hay varias recomendaciones: sopes artesanales, huevos revueltos con salmón ahumado, tacos de salami "mi rey" (a la parrilla, con papa, chile y en tortilla de nopal). También encontrarás chili con carne, milanesa a la mula (con jamón y queso gratinado) y su gran chilidog coney island (bañado en chili).
Si tus gustos traen la limitante kosher o vegetariana, aquí encontrarás opciones interesantes como el steak de pollo sausalito (adobado y con nopal asado), sopes vegetarianos o una buena ensalada jarocha de salmón.
El cierre es tan bueno como el arranque: no dejes pasar el cheesecake o el pastel de chocolate de la casa acompañado con un flotante de vainilla.
La terraza cuenta con un sistema de calefacción, televisores que transmiten partidos o videos y música ochentera. El servicio es sumamente atento (reponen tu servilleta una vez que aparece hecha trizas sobre el plato) y la cocina está a la vista del comensal, gesto que siempre se agradece. El comedor es casual e informal, familiar y agradable.
La experiencia de este lugar, después de tres visitas, es a todas luces recomendable. El sabor y la calidad de los platillos es de lo mejor que he probado en la zona sin precios escandalosos ni las pretensiones de sus vecinos.
Así puedo dejar mi teoría conspirativa del racionamiento de servilletas para otra ocasión y salir de aquí, por demás satisfecho y en busca de otro lugar con el cual pueda comprobar estas teorías de sospechosismo gastronómico.