Dice la canción que el tango es la emoción de regresar al punto cardinal. A más de siete mil kilómetros de distancia, Buenos Aires se antoja lejanísima de la Ciudad de México, pero la distancia se acorta en Piantao con sus Jueves de Tango, que ocurren todos los últimos jueves de cada mes, a las 20:30 horas.
Más embajada porteña que restaurante al sur de la ciudad, aquí se siente la nostalgia bonaerense. ¿Qué se extraña? La Argentina misma, puede ser, o se lamenta nunca haberla conocido.
El bandoneón con su queja, el baile a contrapunto, el canto con pena, el corte en su término, el vino en la mesa… Los últimos jueves de cada mes todo está dispuesto para viajar al Cono Sur en un par de horas… Y volver –con la frente marchita– como cantaría Carlos Gardel.
La cancilleres artísticos en los Jueves de Tango son Romina Marconi, con una voz que al tango lo emociona, y Héctor “Bocha” Mazza, pianista de manos equilibristas que saltan entre octavas.
Están también Ángel Pérez, con su rodilla clavada a las costillas del bandoneón, Valeria Lorduguin soltando latigazos con sus piernas enmalladas, y Leonardo D'Aquila con pantalón abombachado, pinta de compadrito y mirada de guapo, tal como los describiera Jorge Luis Borges en sus cuatro conferencias.
Recorren los bailarines los pasillos del restaurante. Van así, medio bailando y medio volando como dos locos o piantaos, como se dice en la palabra lunfarda que da nombre al lugar.
En esta celebración porteña figuran los comensales y sus cantos susurrados. Figura el festín de chorizo argentino, empanadas de choclo, el vacío y el bife pospuestos para cuando termine la canción; para cuando dejen de sonar los acordes de la “Milonga de mis amores” y “Balada para un loco”, obra de Horacio Ferrer y Astor Piazzola que dio origen a estas “tardecitas de Buenos Aires” en la Ciudad de México.
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