Mi abuelita decía que el amor entra por la panza y creo que los chefs de Ivoire lo creen también. Cada uno de los platillos con los que te dan los buenos días están pensados para que no puedas dejar de sonreír; sí, igualito que cuando estás enamorado.
Vi jugos de todos los colores; pan dulce recién horneado, caliente. El café estaba en su punto –fuerte pero con notas nobles–. Todo me decía que estaba a punto de empezar la relación más importante de mi vida: un nuevo restaurante del que no iba a querer salir en mucho tiempo.
El café normalmente lo pido con leche, lo cual es una prueba bastante severa cada vez que visito un lugar, pues comúnmente la leche termina ganándole protagonismo al café y me puso de buenas ver que en Ivoire no es así. Lo sirven como se debe, haciendo una mezcla perfecta de leche y café para no perder el sabor de ninguno de los dos. Enseguida, le pregunté al mesero cuál era el desayuno estrella de la casa y me recomendó los huevos benedictinos… Entraron derechito a mi corazón y lo hicieron para quedarse.
Son huevos pochados, acompañados de salmón ahumado el cual parece recién pescado por su frescura y sabor a mar; crema holandesa y un toque de queso crema, la cual los volvió cremosos. Sin duda, la combinación de todo, hace que te sientas en el paraíso.
Después de salir de ahí no tuve ninguna duda; quiero empezar todas mis mañanas así.