Si quieres entrar hay que hacer reservación con tres días de anticipación, pero no se compara al tiempo que tuviste que esperar de un verano a otro para saber qué pasó con El niño que vivió.
La producción del primer piso es impecable, a media luz como en una taberna. Las mesas recuerdan al gran comedor del colegio Hogwarts de Magia y Hechicería; excepto que no están los alumnos de las casas Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin, sino amigos, parejas y familias. Al subir te encuentras carteles pegados con encantamientos y es donde tomarás tus pócimas con Lord Voldemort, representado en un maniquí bajo la réplica del cielo mágico del comedor.
El embrujo de Incantatum son los cocteles, vienen servidos en colores pastel o radioactivos, como la poción multijugos, en azul; la suma inquisidora, en rosa y el lago negro en azul cobalto. Pedí una cerveza de mantequilla por ser la especialidad de la casa, pero no tenía cebada ni lúpulo, sabía a refresco de cola con helado de vainilla. Por el contrario, la ensalada incantatum con aderezo de tamarindo no me decepcionó con su lechuga francesa y huevo cocido, el tamaño de la porción no era bruja, sino abundante.
De plato fuerte se me antojaron unas varitas olivanders; me dijeron que serían pequeñas, pero llegaron unos trozos gruesos de pechuga capeados y con mucha grasa. En general les falta mejorar la producción de alimentos, el concepto se presta para las presentaciones creativas, tomando en cuenta el anhelo vehemente de los comensales amantes de los personajes de Harry Potter, seguro que pronto desvanecerán las canastillas de plástico con un papel de china encima, así como los recipientes desechables para los aderezos. No me quedaron ganas de postre, pero sí de encontrarme en la próxima visita algún platillo que se equipare a los sortilegios que hicieron para encantarnos con Incantatum.