Ikigai, una de las opciones más frescas y ricas de nigiris en la CDMX ya tiene una sede en San Ángel (bienaventurados todos los sureños, y los que no quieren ir a Lomas, ni para probar esta ya garantizada propuesta de cocina japonesa).
Ikigai resultó ser un referente de frescura que ya tenía grabado en el paladar. Si lees esto probablemente ya ubicas Umai, un restaurante del mismo grupo, donde la atención y calidad son los primeros valores que se me vienen a la mente. No esperaba menos en este nuevo proyecto.
Fui a Ikigai para experimentar un omakase. Abrí mi paladar con un Spritz de la casa que se aleja del sabor a pluma del que ya conocemos (esto es una opinión meramente personal). Este está hecho a base de sake y adornado con una hoja shiso.
Ahora, sin más preámbulo, a lo que se vino a leer acá:
Comenzamos probando las típicas entradas de un restaurante japonés. Edamames, ensalada de algas y el famoso tiradito de kampachi que juraría se derrite antes del primer bocado.
La diversión real se centró alrededor de los nigiris. En todos los casos, el siguiente fue mejor que el anterior.
En este orden, en la primera etapa: akami (lomo de atún rojo: elección segura), salmón (más que seguro), huachinango (personal favorite), hokkigai (almeja, para los que nos gustan las texturas).
Luego llegó el ikura con limón y huevo de codorniz para generar un quiebre que no todos fueron capaces de probar. No todos nos comemos un shot de esferas crudas sentadas en un limón pero, ¿por qué no? Es delicioso. Seguido por un nigiri de uni (o erizo), y no podía faltar el excéntrico unagi (anguila) con foie gras.
A estas alturas no sé cuántos pesos me he comido. Y cabe destacar, el ticket promedio de esta experiencia es tan elevado como el comensal lo desee. Ciertamente no es un formato que se caracterice por ser accesible a todos los bolsillos, pero mientras más curioso seas, probablemente tendrás que estar dispuesto a gastar tantito más.
La joya de la corona se encontró en el llamado “cangrejito”. No se apoda así, simplemente así se pide. Y es eso, un cangrejito entero envuelto en nori con su arroz. Para mí, fue lo que hizo valer toda la experiencia.
Seguimos con los makis (sí, seguimos comiendo). Yorokobi, Ikigai y Javo, especiales de la casa. Hay más: un temaki de spicy tuna. Si pensabas que el chef te iba a dejar ir así de fácil, espera a probar el udon de rib eye que cierra la experiencia. Para este punto, ya sentía en mi corazón una mezcla entre alivio y satisfacción extrema.
El omakase aquí se vive a diario. No se trata de una experiencia itinerante o recomendaciones sin propósito. Al final del día se trata de compartir, recomendar, probar. Y que se repita el ciclo.
Milena González
Te recomendamos: Osteria Mattea