Eduardo García siempre quiso abrir una brasserie clásica y cumplió su sueño con Havre 77. Desde sus comienzos en Brasserie Le Coze y Le Bernardin de Eric Ripert, el chef de Maximo Bistrot se enamoró de la cocina francesa tradicional y de sus técnicas que no admiten atajos: el producto debe ser de primera calidad y hay que dedicar todo el tiempo del mundo a las cocciones.
Ese cuidado se nota en cada plato: la comida fue impecable del primer tiempo al último. Comenzó con el lobster roll, pan brioche coronado con aguacate y tierna langosta, que contrasta con el pungente aderezo de horseradish (rábano picante). Siguieron frescas ostras —de Cardón, Baja California, grandes y de sabor suave, y Kumamoto, pequeñas, intensas y cremosas— con apenas unas gotas de mignonette (vinagreta con echalotes).
El plato fuerte fue un perfecto huachinango à la Meunière con mantequilla dorada, tomillo, alcaparras y limón. Para cerrar, esponjosos buñuelos de ricotta con frutos rojos.
El espacio con interiorismo de Charles de Lisle es austero y luminoso, los puntos focales son la barra de zinc y los vitrales originales de la casona del siglo pasado: así brillan más los ingredientes y el talento del cocinero que los prepara, que es donde reside el auténtico lujo de Havre 77, un lugar que, de no ser por sus elevados precios, visitaría casi a diario.