Uno de los lugares emblemáticos de la comilona nocturna en la Roma son estas hamburguesas. Deliciosas, bonitas y baratas; son una comida reconfortante para el día y un rayo de sol en la mitad de la noche cuando ya cerraron todo y el hambre no perdona. Los fines de semana son las favoritas para aplacar los estados etílicos.
Están en la esquina de Morelia con Colima, el carbón lo hueles desde Cuauhtémoc y en todo el Jardín Pushkin. La fila para ordenar es larga pero no esperarás más de tres minutos en recibir tu pedido, las hacen bien y en chinga (es entretenido observarlo), la parrilla incandescente no cesa de cocinar. Con suerte llegas en esos lapsos de tres a cuatro minutos en los que la gente come al alrededor del puesto y te toca pedir directo: sencilla, con queso, doble queso, con piña, con piña y queso o con doble queso y piña; desde $35 hasta los fabulosos $44. Soy comelón, por si te sirve de referencia, me como dos sencillas con queso, un refresco y quedo campante. No las pido juntas porque necesito una mano libre para la servilleta (y sería muy atascado de mi parte).
¿Con todo? Es la pregunta que te conduce en este tipo de lugares al taco, o en este caso, a la hamburguesa ideal: lechuga, jitomate, cebolla y la mezcla de jalapeños y zanahorias en escabeche picados, con cátsup, mayonesa y mostaza; tómalo en cuenta, por si quieres descartar algún trauma alimenticio infantil mientras deshaces la perfección de la fórmula.