Casi frente al Teatro Cervantes, se encuentra este restaurante de comida libanesa. Cuando pasé la puerta de madera me percaté del tamaño, es pequeño pero sus paredes tienen elementos florales azules y verdes que lo vuelven acogedor. Del lado derecho está la barra con tres sillas y detrás la cocina, por lo que puedes ver como preparan todo. Del otro lado hay siete mesas, pequeñas y amontonadas pero cómodas.
Desde que entras puedes ver un pizarrón negro con el manú, que muestra sus dos opciones; falafel sándwich; un pan con falafel y relleno de hummus, tabouleh u hojas de parras, que puedes aderezar con salsa de ajonjolí, ajo o chipotle, y el plato habibti que consiste en bolitas de falafel con los mismos rellenos que el sándwich. Puedes pedirlo en plato chico o grande. Yo pedí el grande con una sopa de lentejas con salsa de jitomate y comino, la cual llegó calientita y con un pedazo de pan pita. Por otro lado el platillo tenía un hummus cremoso y tabouleh con vegetales frescos, los cuales acompañé con un te de menta verde.
El restaurante es barato y su comida tiene un excelente sabor, pero la respuesta de la cocina y los meseros es pésima, convirtiendo tu experiencia en una tortura. Entre la sopa y el plato tuve que esperar casi 25 minutos, así que lleva mucha paciencia si quieres probar sus manjares de medio oriente