Galea, el nuevo restaurante italiano en la Roma, se destaca por los ingredientes de alta calidad. Ahí, Rafael Zaga y Michelle Catarata no solo le hacen honor a lo tradicional italiano, sino también a detalles deslumbrantes que residen, originalmente, en sus core memories (o en los sabores que los han acompañado y educado a lo largo de sus vidas, reflejados en esta carta).
Te sugiero empezar pidiendo al anfitrión, Edoardo Lato, una recomendación para elegir tu vino; en menos de cinco minutos te encontrarás disfrutando uno de los favoritos (que ahora será favorito para ti también). Anticipo mi pequeño lineup: Palmadin (Pinot Grigio) y Guardiola Etna Rosso. Recomendadísimos para toda la velada de principio a fin.
El aceite de olivo de Galea merece una mención especial. Mucho se habla de los productos importados como si eso fuese realmente el elemento clave de este tipo de cocina… aquí ni el aceite es la excepción cuando se trata de productos hechos en México. Sumamente fresco, aromático, con la textura perfecta. No hace falta más que un pedazo de pan para disfrutar algo que más allá de ser simple, me parece más bien, un statement bien pensado.
Advierto: yo exageré probando tantos platillos, pero no porque sean porciones inmensas. De hecho, van de bocados a platos medios que dan la oportunidad de pedir varias cosas en una misma noche o compartir. Comenzamos con los crostinis de jitomate marinado, de anchoa, mantequilla y salsa verde.
Seguimos con el crudo de lobina. Por lo afamado de este formato, puede volverse un plato que establece el sello de calidad de las entradas de un restaurante. Acompañado de pepino, jícama, chile manzano, aceite de albahaca e hinojo, termina siendo un aguachile muy italiano. El pescado se derrite fácil en tu paladar y en este punto la paranoia culinaria te pega. Puedes fantasear perfectamente que tienen una montaña rusa planificada para cada paso que des en este menú. Pero no para ahí.
Los antipastos, como los conocemos los amantes de lo italiano, se concretan en cinco propuestas de las cuales probé el recomendado de la casa: poro sellado con alcaparras y salsa verde; un clásico, la burrata con mezcla de jitomates y albahaca y algo más arriesgado; el milhojas de camote con pecorino sardo y gremolata de pepita. De lo más intuitivo a lo innovador.
A este punto se podría afirmar que en una sola sentada entrenaste tu paladar y nos adentramos en una nueva especialidad: la pasta hecha en casa. Entre el garganelli (hongos, nuez de la india, ricotta salata) y el los culurgiones (bacalao, bottarga, papa) me quedo con el segundo. No porque las otras no sean complacientes y competentes, sino que la verdad no sueles probar el bacalao en un formato como este. Lo acostumbramos invasivo al paladar y esta configuración lo abraza, le da contraste, le saca sus mejores atributos y hace que todo se trate de un balance perfecto.
Elegí saltarme el plato fuerte, una decisión dura pero que reemplacé por una opción seductora. Y heme ahí, frente a dos sorbetes, tres helados y bombolinis (una especie de donita bañada en azúcar, vainilla y crema de lavanda) para cerrar la noche.
En Galea, cada plato con te empuja a transitar un camino de contrastes y mezclas nuevas para las que no estabas preparado. Aquí, nada se trata de protagonismos depositados en personas, sino de equipos entrenados, liderados con cariño, que terminan engendrando proyectos tan sólidos porque los unen los mismos propósitos: el crecimiento constante, el compartir lo nuevo, demostrar que el uso responsable y respetuoso de cada ingrediente, en efecto, tiene resultados abrumadoramente buenos. Al final del día, necesitas talento (muy humano) para poder llegar aquí. Galea logra meterse a tus entrañas sea como sea, solo tienes que dejarte llevar. No hay pasos en falso.
Milena González
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