Este es un lugar bendito, no había probado tanta energía en una cafetería y bistro en mucho tiempo. El chef Arturo García Mogollón y su socio, Alexei Beteta son los responsables de este concepto sorprendente. Hay cuadros de arte bordado en las paredes y todo el mobiliario es de madera en grises con blanco y negro; se siente un ambiente cuidado entre baristas, cocineros y meseros.
Para el café (Guerrero) está la máquina de espresso y cuentan con métodos de especialidad como chemex y prensa francesa. Me comentaron que su idea es ser un proveedor rotativo, por lo que en mi visita el invitado era Café Avellaneda. Una vez que despertaste, puedes continuar con un lassi o cerrar con alguna de las opciones de la gran variedad de té que les rola su tea designer.
Además de ser el mejor café de la zona, el pan te dejará con ganas de regresar antes de que lo termines: es de Bakers –de la que Arturo es socio. Hay conchas de matcha, chocolate, avellana y vainilla, chocolatines con almendra, nueces o azúcar glass y pasteles.
Tener a Galatea es igual a tener la mejor opción para desayunos. Pide el jugo de mandarina con hoja santa, o el de naranja con aguacate, te devuelven el color al instante. Gran parte de la carta retoma sabores de origen japonés y francés, como el chawanmushi, un delicado flan de huevo condimentado con dashi –caldo de alga kombu, cargado con sutileza de sabor umami y presentación impecable horneada in situ. También tienen congee, un platillo de chino a base de arroz con jengibre servido con hongos; en la mañana te lo recomiendan con huevo.
La otra gran especialidad del lugar es el gravlax, el aperitivo escandinavo de salmón marinado durante dos días con sal, azúcar, hierbas y cítricos. La parte francesa está en los sándwiches, crepas, omelletes y repostería; tal es el caso del croissant de huevo y queso azul. Tienen un plato del día y de temporada que se sirve en cuatro tamaños, tapa, chico, mediano y grande, según el apetito del cliente.
La cocina es pequeña pero abierta a los ojos del público. Todos los ingredientes son de la más alta calidad y de comercio justo, notable en los colores y aromas de sus productos que convergen en la sencillez que necesita una panadería, con la elegancia casera de una comida bistro.
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