Si ya estás cansado de los mismos conceptos, productos y colonias de la ciudad, te vamos a contar un secreto que te ayudará a huir de lo cotidiano.
Es una fabrica de café que de industrial no tiene nada pues todo lo que preparan tiene un trasfondo casero. Se ubica en una colonia al oriente de la CDMX en donde los transeúntes aún te dan los buenos días con una sonrisa y sin desconfiar; al llegar sabes que te has alejado del tumulto de caos de las colonias céntricas. A sólo un par de cuadras del metro Eduardo Molina de la línea 5 (amarilla), por los lares aeroportuarios, está esta cafetería cuya fachada se mimetiza con el resto de las casas de la colonia, la mayoría de sólo un piso. Visitarla es darle un descanso al ojo de edificios altos y el ruido de los automóviles.
Encuentra la entrada con el logo que es una fábrica con granos de café. Al entrar verás un pequeño local en cuyas mesas desayunan, en su mayoría, las señoras vecinas y uno que otro señor bebiendo despacio su taza de café. No es cualquier grano cafetero el que tienen aquí, los propietarios viajaron a la sierra de Veracruz para encontrar el proveedor adecuado que cumpliera con sus exigencias. Su café es orgánico –arábica– con un 60% de tostado medio y un 40% ligero, una proporción concebida con esmero.
No esperes métodos de extracción sofisticados. Probamos un capuccino, extremadamente cremoso e intenso al beberlo, te recomiendo que lo pruebes sin azúcar. Además del americano o el espresso, tienen café lechero, el clásico café con leche veracruzano que se espuma al servirlo y lo puedes pedir helado; es la opción en estos días calurosos pero con lluvia.
Los desayunos son el brazo derecho de la cafetería; pedí un croque-madame, sorprendido de encontrar esta receta en el menú. Me llegó un plato cubierto de queso manchego gratinado con un huevo estrellado por encima. Abajo del queso y de la tersa salsa bechamel estaba un sándwich de jamón con pan rústico, la yema rompió a la perfección y el resto del platillo desapareció en un santiamén. Cuando me preguntaron si me había gustado, no pude más que asentir; tenía la sazón casera que después de tanto restaurante, el cuerpo añora. También hay chilaquiles, huevos benedictinos, chiles rellenos y hasta hot cakes. En otra vuelta tendré que probar las crepas saladas con queso de cabra y cebollas caramelizadas.
El propietario me platicó que para ellos es importante ofrecer a los vecinos de la colonia un café y platillos distintos, es un compartir y enseñar que se siente desde que entras como invitado a desayunar a su casa. Se ve en la señora que pregunta cómo son los huevos benedictinos o en el señor que ordena un espresso sin chistar. Esta pasión por el café, por el bien comer y la buena onda, son una llamada de atención para otros establecimientos, y para nosotros, es la llamada a acción para visitarlos cuantas veces nos sea posible.