En su reinterpretación de la comida mexicana, el multipremiado chef Enrique Olvera decidió no dejar fuera al tepache, por lo que la bebida se nutre de la cocina de autor, en medio de platillos estilizados y un mobiliario minimalista de barrio.
Aquí el sabor del tepache es mucho menos dulce –tiene esa acidez que puede llevar a alguien a hacer muecas– y más frutal que el de una tepachería, pero empata perfectamente con un emparedado de roast beef o una torta de carnitas de atún.
La presentación hipernacional de la bebida alcanza hasta su contenedor: una olla de barro o un vitrolero del que se despacha con cucharón, como si fuera puesto de aguas frescas.
En este lugar la mejor característica del tepache está fuera de él mismo. A diferencia de las tepacherías, donde las opciones para maridar son limitadas, aquí es posible experimentar con una ensalada de quintoniles y queso de cabra, o con unos esquites para picar con una charla desenfadada.
Aunque la idea de beber tepache en Polanco podría causar extrañeza a los amantes de lo clásico, el lugar demuestra que el gusto por el fermentado de piña prevalece sin importar mucho el contexto.