Temporalidad como base en cocina, aires de la gastronomía internacional y trabajo en equipo. Estos tres factores conforman una de las aperturas más ambiciosas del año: Emília, el restaurante fine dining de Lucho Martínez solamente para cenar (abre 6:45). Con una trayectoria inmersa en la alta cocina, Lucho pasó por Quintonil y Máximo Bistrot, así como en el nacimiento de Mia Domenicca. Esta propuesta ubicada discretamente en la Cuauhtémoc va dedicada a la cocina de producto, refiriendo al uso exclusivo de ingredientes de temporada, disponibles entre sus proveedores, y una que otra ingeniosa receta que ocurra cinco minutos antes de prender la estufa.
El interior denota intimidad, detalles en cobre, cantera y mármol que se articulan entre sí gracias a la planeación del propio Lucho, su socio Ebo Kobayashi y la diseñadora japonesa Kanako Ishida. En realidad hay una gran fiesta de por medio, donde la playlist que va desde Drake hasta David Bowie fluye cómodamente. Al centro está la barra para un menú de degustación de ocho a nueve tiempos ($1,300), y mesas en los alrededores con menú a la carta. Parte de esta fiesta involucra a los chefs desplazarse hábilmente en la cocina abierta mientras manejan sartenes y conversan con los comensales.
Es altamente probable que la comida descrita a continuación no vuelva a suceder. La carta se imprime diario y la rotación entre ingredientes es ineludible (y victoriosa). Emília posee una fuerte influencia de gastronomía japonesa, pero sin descuidar acentos de la cocina nacional. Ejemplo de ello, la entrada de elotitos baby traídos como vinieron al mundo, barnizados con un suave olio de la casa y topeados con caviar y queso ocosingo, (el de bola) de Chiapas. Sabores campiranos en los que se respira la hortaliza y se siente la cremosidad del tierno conjunto.
Al risotto de dashi de hongos se le otorga tiempo para sentir la untuosidad del caldo de pescado con el arroz; lleva hongo enoki con matices a frutos secos, shimeshi encima con cebolla caramelizada y chileajo. De fuerte, una lubina (pesca del día) cubierta en crema de tallo de perejil y salsa blanco de ajo. Naturalidad y frescura otorgada por las especias, un platillo decorado con flor de camomila que entona a la proteína marina con tintes terrosos excepcionales.
Dos polos opuestos cerraron con broche de oro: helado de toronjil (amentolado y aromático) con gajos de mandarina y polvos de mandarina, el acidito que no escalda a las papilas pero las despierta; un chocolate obscuro de metate relleno con caramelo y sal de mar, encima helado de kombu (alga marina), uno de los postres más vigorizantes para exaltar el cariño al dulce en una sola probada.
Emília se perfila en la cocina de mundo con técnicas sorpresivas, remates de buen gusto que no necesariamente están obligados a encantar a cada paladar. Se trata de la divergencia de sabores y estima a la naturaleza envueltos en un solo plato.