En el siglo XVII iniciaron las casas del café. Un espacio para la discusión y expresión de ideas mientras se servían enérgicas y novedosas tazas de amargura oriental. En 2005 abrió El Minichelista, lo más cercano en el DF a esa idea. Su meta: que los clientes se contagien de su espíritu. Que cada persona que los visite difunda sus ideales y defienda lo que piense. Aunque el concepto suene cursi, el lugar dista de ello.
Un estilo propio se aplaude y conquista. Este café le saca la lengua al minimalismo con su propia corriente artística: el minichelismo. La caótica realidad de la capital va más allá de lo binario. Pensar que las contradicciones no pueden convivir armónicamente sería negar nuestro espacio. Por eso, en vez de copiar a ciegas las tendencias del momento, el minichelismo toma todas las gamas de formas y colores, estrambóticas, surreales y retacadas, para que convivan en una sola casa. Como un Real World de la estética.
No son mediocres en demostrar su movimiento. Cada espacio es utilizado. Las paredes gritan en colores chillantes, mensajes y murales. Los muebles son en extremo diferentes. La selección musical tiene en común que todas son buenas canciones en su género. A primera vista, El Mini da la impresión de que es un garaje convertido en una excéntrica cafetería. Si decides explorar, podrás descubrir que es una gran casona adaptada hasta el último rincón para servir café. Baños, clósets, cuartos y salas, todos sus espacios se adecuan para que los clientes se sienten. Hay desde sillas de dentistas y boleadores de zapatos hasta tinas de baño, camas y sillones vintage. También hay juegos de mesa y billar. En resumen, son el antónimo a lo sobrio… al menos decorativamente. Contrario a la primera imagen que el nombre evoca, no venden alcohol.
El café tiene una vibra relajada, contagiosa, para pasar horas en el sitio. La gente fuma narguiles y se venden cafés, tisanas, malteadas y smoothies. La especialidad es el superdulce café minichelista, con Kahlúa y escarchado con azúcar (si te empalagas fácilmente, mejor pide otra cosa). También hay munchies como postres, papas a la francesa, hot dogs, alitas y nachos. Para quienes tienen mejor apetito están el salmón catástrofe, con salsa de tamarindo, y la pechuga minichelista, rellena de queso de cabra y ate, bañada en tres quesos.
Este es el trabajo, según ellos mismos, de cinco mentes “totalmente comprometidas con la expresión y difusión del arte y la cultura”. Esto se refleja en la decoración, pero también en los eventos de música en vivo o de diseño que el lugar suele organizar. No hay poses ni juicios. Se trata de promover la diversidad intelectual y celebrar las diferencias. El Minichelista lleva casi una década de ser el café con más onda de la ciudad. Aún así, para quienes no frecuentan Azcapotzalco, es un secreto. Merece el viaje por esos rumbos.