Delisa parece un cuadro de Jean-Honoré Fragonard, empalagoso a la vista, pomposo y dotado de una falsa, pero interesante elegancia. Las paredes y la barra imitan los estucados estilo rococó, garigoles, flores, formas orgánicas que se repiten entre lazos y flores. Hay una bonita chimenea con una cubierta de mármol y un imponente candelabro de cristal que gira lentamente y refleja colorcitos en las paredes cuando recibe los rayos de la luz.
En Delisa se sacan un 10 en pastelería. La recomendación es la concha de chocolate. El pan interior es hecho con chocolate importado, y su textura esponjosa es ideal. La costra es un poquito más dulce y hace un balance impecable entre los dos sabores. También hay roles de canela, trenzas de nutella, fondants, scones, cheesecakes y todo lo puedes pedir para algún evento especial. Ofrecen una amplia gama de sándwiches salados, de esos recomiendo el de ratatouille (tomate, berenjena, cebolla y pimiento a la parilla) que viene acompañado de papas a la francesa.
En cuanto al café, tienen una maquinita pequeña que resulta convencional en comparación con toda la riqueza de la panadería. Ellos compran el grano a un joven invidente que lo trae de Puebla.
Me recomendaron el moka y me dejó con muy buen sabor de boca. El cacao era natural (por lo que no era dulcísimo) y estaba bastante equilibrado con la leche y el shot de café. También son buenos en el arte latte, me hicieron una hojita muy simpática.
Como menciono antes, la pastelería es asombrosa, pero si no eres una persona muy cursi, quizá sientas que la dulzura te engulle y necesites salir de ahí corriendo.