Pan de barrio para cada día, café recién hecho y clases de panadería los últimos viernes de cada mes; si esta panadería no te queda a la vuelta de tu casa, ya tienes un secreto más para hacer de tu tiempo uno más suculento.
El lugar es increíblemente pequeño, pintado en un modesto tono verde menta y parece estar dividido en dos. A la derecha está el mostrador donde te atienden con panqués y galletas a la vista, además de las típicas charolas con el pan del día para que elijas. La segunda parte da hacia la calle Eligio Ancona, está techado y hay una mesa de madera completamente rústica. A un costado hay un librero con obras literarias que a juzgar por sus portadas, son sabiduría de hace decenas de años; por si no estás con ganas de platicar con alguien.
Prueba los chocolatines rellenos de Nutella, son bronceados por fuera y suaves por dentro. El café lo sirven en una taza grande y muy concentrado, pero si lo pides capuchino la leche espumada lo suaviza. No le pongas azúcar si lo acompañas con una concha, una lechuza –hojaldre abierto con fruta– o un panqué con costra de menta, un poco dura por cierto pero nada que un trago de café no arregle. El pan salado es una locura hecha a mano; la baguette rústica se ve compacta y las hogazas de granos se rifan por sí mismas.
En una tarde lluviosa de sábado desearás vivir en esta colonia para pasar las horas, minutos y segundos con sus recetas artesanales.