Elegir entre más de una opción de helado de chocolate es un lujo gastronómico posible en esta nevería. Las alternativas aquí son el azteca (un semiamargo vigoroso) y el maya (recomendado para los de diente dulce). A pesar de variar en dulzura y color, ambos comparten la misma textura y ligereza. Saben a una barra de chocolate oaxaqueño puro.
Recomendamos la nieve de higo con mezcal: conserva el dulzor de la fruta y da pie a las notas penetrantes del destilado. Para días calurosos, la de maracuyá es una gran elección, pues su consistencia tipo frappé –con un atinado balance entre dulce y amargo— ayuda bien a combatir bochornos.
Aunque el local se ve un poco viejo, los sabores originales de sus nieves lo compensan. La mayoría son de creación propia, como la de cerveza, panditas o pulque (con la textura de un curado y el mismo kick amargo que dejaría al final un trago de la bebida). También recurren a algunos clásicos como amaretto, extracto de vainilla y grosella. Mucho dependerá de la temporada para encontrar un sabor específico, como el de mandarina.
Mención honorífica al personal por su atención: además de ser pacientes, están bien informados (puedes pedir una descripción extendida de cada sabor, sabrán dártela) y gustosos por satisfacer los antojos de los curiosos que nos acercamos a merodear sus neveras y pedir probaditas.
Esta nevería de barrio se gana el adjetivo por ser pequeña, única, con sabores originales y por su calidez.
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