El chef Eduardo García, de Máximo Bistrot, bajó bien el balón con un menú compacto y provocativo para esta fancy “cevichería de mercado”.
La fachada del lugar es quizá un poco escandalosa (aparenta ser una vieja choza del mar verde aqua), pero si lo ponemos en el contexto de la Zona Rosa, donde la competencia por el espacio visual es grande, funciona. El interior es otra cosa. Una cocina abierta en forma de “L” enmarca no muchas mesas y un par de barras de madera. La cocina es fresca y honesta. La cava de vinos es muy buena, pero la chela helada acompañada de unas envueltas (similares a empanadas) de pescado, mejor. Su cocción es perfecta y el grosor de la masa, rellena de un cálido guisado de pescado que se mezcla con queso derretido y un poco de salsa, es food porn. Es lo mejor que probé. Las de camarón están buenas, pero hay niveles. Luego el laminado de pescado al jengibre: fresco, lleno de capas de sabores que se incorporan sucesivamente en el paladar. El queso fundido con chicharrón de camarón también es una buena apuesta. Lo que me quedó a deber fue el ceviche peruano firmado por la casa, la verdad llegué a pensar que no lo habían condimentado: no sabía a nada. Tendré que volver para probar el arroz caldoso y el lechón confitado.
De postre nos tocó el merengue con frutos rojos del bosque (porque llegamos tarde al rústico de chocolate) y resultó ser un buen descubrimiento. El digestivo fue un chinchón campechano y una buena caminata por Reforma, cuando la luz de la tarde y la de los coches brillaban con la misma intensidad.