A veces las comidas más significativas y que te acompañan en recuerdos todos los días de tu vida son aquellas que te hacen regresar, aunque sea un poquito, a los primeros eslabones de la cadena alimenticia: las que te hacen entender que las propuestas culinarias son muchas más —y, lo afirmo con certeza, mucho más valiosas— que aquellas que preparan los grandes chefs en los restaurantes de moda. Y así es la experiencia en Cubo: conmovedora, fraterna, humana y, por si fuera poco, deliciosa.
Cubo es el nombre que recibe una casa que tiene (¡adivinaste!) forma de cubo, y que está rodeada de 10 hectáreas de bosque, en Santa Ana Jilotzingo, Estado de México. Ahí, donde no llega la señal de celular —si te urge, te compartirán el password para que te contectes al wifi… pero te recomendamos evadirte de todo y disfrutar el momento—, te recibirán con una tacita de alguna bebida caliente y reconfortante y te invitarán a participar en un ritual otomí (a modo de homenaje al grupo étnico que habita la zona) para prender en brasero en donde, más tarde, se cocinarán tus alimentos.
De ahí te llevarán a caminar al bosque y a recolectar algunos productos que usarás para terminar la preparación de tus alimentos. No te preocupes: si eres mejor para comer que para cocinar, puedes estar tranquilo; aquí ya tienen todo preparado, lo que cosecharás se usará sólo para terminar los platos. En el bosque tendrás oportunidad de probar otros productos, recién saliditos de la tierra. El guía estará todo el tiempo tras de ti, asegurándose que no comas nada que pueda hacerte daño y de que pruebes todo lo bueno. Además te contará sobre otros rituales y creencias otomíes, y te enseñará su planta sagrada, un helecho precioso al que ninguna foto le hará justicia.
Foto: Cortesía Cubo
Cuando regreses del bosque ya habrás hecho algo de hambre y te recibirán con la mesa ya puesta. Cuando fui me tocó la comida de Thanksgiving a cargo del virtuosísimo chef de cabecera, Carlos Tellez, de Lucio, pero en cada visita se arman algo diferente. A veces hacen residencias con chefs invitados como Manuel Riva Guerrero, de Tierra Adentro; Allen Noveck y Marifer Millán de Fat Boy Moves, o Santiago Muñoz y Dani Moreno, de Maizajo. Por supuesto, no faltan los cocteles para maridar. Si queires saber qué te tocará en la mesa, puedes estar al pendiente de la cuenta de Instagram.
El ambiente en Cubo es súper familiar: convivirás con la familia del propietario, te pondrás a platicar con otros asistentes y dirás salud con los encargados de la cocina. Pondrás tu granito de arena para la comida, que será lo que cosechaste en el bosque y hasta jugarás con los perritos de Cubo. Eso sí: si no te gustan los perros, mejor piénsalo dos veces, porque aquí hay muchísimos y son súper cariñosos, juguetones y parte de la familia, por lo que convivirán contigo. Y, ¡sí! puedes llevar a tu Milaneso.
En resumen, la onda está así: hay un punto de partida en la CDMX, en Lucio. Puedes llegar ahí e irte en una van o, si prefieres, te compartirán la dirección de Cubo para que llegues por tu cuenta. Una vez ahí caminarás por el bosque y después vendrá tu hora favorita: la hora de comer. El regreso es alrededor de las 4:30pm, para llegar de vuelta a Lucio como a eso de las 6pm. Si llevaste tu coche y estás muy a gusto, puedes quedarte más tiempo.
La verdad es que es difícil poner en palabras la experiencia de Cubo, porque va mucho más allá de la espectacular comida. Cubo se vive desde el silencio del bosque, la calidez de sus anfitriones, el enfoque evidentemente sustentable —no tienen nada de plástico y los baños son ecológicos— y, sobre todo, la comprensión de la alimentación como un proceso abarcador. Ya basta de sentarse a la mesa y ver desfilar platillos bien peinados. Lo de hoy es saber de dónde viene y qué implica lo que te comes.
Pide información y reserva tu lugar por DM a @cubo.mx. Costo por persona $1400-$2500