El gran aparador de cristal que da a la calle de Progreso deja ver a cuatro matutinos clientes. Sentados en fila, frente a una pequeña barra, toman un café americano, un latte, una tisana y un chai. No cabe nadie más, pero dicen que el diablo está en los detalles y para fortuna de la barra de café Cleotilde, el diablo sí bebe buen café.
Esta reciente apertura de la Escandón cumple la máxima de bueno, bonito y… quizás, no barato, pero sí justo. Cuenta con café veracruzano que se puede pedir en diversas especialidades (chemex es mi favorita, que –por su falta de sedimentos y grasa– elimina el amargor extremo de la bebida), hay chocolate frío hecho de manera artesanal y cold brew, para estos tiempos calurosos.
Su carta se basa en seis tipos de paninis. En mi visita probé el de pechuga de pavo con queso holandés y queso cotija. Muy recomendable, aunque, le gana la partida por default el de queso holandés, queso monterrey y queso roquefort. Si bien no son platillos muy elaborados ni responden a un desayuno de gorditos, el lugar tampoco va por esa dirección. Lo suyo es el café y la experiencia de ir por tu taza y continuar el camino.
El servicio es sumamente amable y si bien es labor obligatoria del anfitrión, hay que levantar las palmas cuando los dueños del negocio están al filo de la barra explicando las virtudes de los métodos, el origen del café y las bondades de sus granos. Café y apapacho, ¿qué más puede uno pedir?