Confieso que soy muy escéptico cuando se trata de comida vegana; no me gusta que detrás de precios altos y platillos con descripciones erróneamente sofisticadas se esconda una filosofía y una manera saludable de comer. Lo vegano debe ser sencillo por naturaleza (no carente) y si compartes mi postura, también vas a compartir el gusto que me dio conocer este local espontáneo.
Noah reafirma que no se puede ser más sencillo que una albóndiga de garbanzos. El local es diminuto, tienen bancas de madera y las paredes verdes probablemente sean el toque vegano para la vista. El menú no se anda con ambigüedades, es comida mediterránea con humus, tabule de trigo y de quinoa, y por supuesto, falafel.
Comencé con un tabule de trigo; lleva limón, menta, jitomate, cebolla, especias y aceite de oliva, sazonado a la perfección por el orden de una receta que sabe casera y rematado con una aceituna de Kalamata por encima. Lo decoran como una flor cuyos pétalos son pedazos de pan tostado y frito; una delicia para la vista y un deleite al sentido del gusto. No le faltan ni le sobran ingredientes, como sucede a menudo con este platillo; de los mejores tabule que he probado y me faltó probar el de quinoa.
El falafel no se queda atrás, el pan pita es tierno y adentro están las croquetas fritas de garbanzo con el toque justo de comino; ponle salsa picante de cacahuate o de ajonjolí que no pica, para chuparse los dedos.
Come tranquilo, sano y muy barato con música deep house de fondo; bebe un agua fresca de sandía y platica con el chef que se acerca a todas las bancas a averiguar la satisfacción de sus clientes. Con una narguile de postre las tardes se ponen aún mejor. Gracias a lugares como estos por darle un sentido real y sincero a la comida vegana.