El nombre explica muy bien el concepto: un lugar para los amantes del café y la lectura.
El espacio es muy pequeño pero, al mismo tiempo, esa impresión la da su aparatosa colección de alebrijes, piñatas y papalotes elaborados por los dueños del lugar, que, si no está expuesta en Cafeleería está en algún concurso o exhibición. También puedes encontrar un librero que forma parte de la campaña Lector en Extinción, cuya dinámica es muy sencilla: deja un libro, llévate otro. Lo mejor es que son libros en buen estado y constantemente cambian por completo los títulos del estante. Dicho equilibrio lo guarda un letrero que dice: "Puto el que se robe los libros".
Cafeleería entiende que para muchos lectores un libro y un café no están bien acompañados hasta prender un cigarro. En cuanto uno entra al diminuto local de poca ventilación, es recibido más que a café, por un olor a cigarro. Este ambiente, junto con algunos muebles en malas condiciones, hace que quizás no sea el lugar más acogedor. Basta con darle un trago al café para pasar de largo el relleno que sale de los sillones.
El menú de comida se reduce a un sólo platillo: el sándwich de pavo. Asímismo tienen a la venta algunos productos como bites de cacao o café tostado. Tanto el cacao como el café son traídos de Chiapas. Puedes comprar el café por kilo, pero debes llamar un día antes, pues no almacenan el café tostado.
El viernes los capuchinos son 2x1. Mi recomendación no es ir con un amigo. Cualquiera que ya haya probado el café de Cafeleería va y se toma los dos. Encima de eso, definitivamente las estrellas del lugar son el pozol y el tazcalate, bebidas a base de cacao nixtamalizado. El tazcalate es ligeramente más dulce gracias al axiote, y ambos se sirven fríos o calientes. La bebida fría, servida a manera de frappé hace que valga la pena el viaje.