Cuando un restaurante tiene éxito, sobre todo en la CDMX, tarde o temprano sucede lo inevitable: su capacidad se ve rebasada. Muchos restaurantes no tienen capacidad de reacción, así que su calidad se comienza a deteriorar. Y otros pocos, como Café Ruta de la Seda, toman el toro por los cuernos y lo solucionan. En este caso, ante la altísima demanda de té de calidad, pan dulce delicioso y emparedados bien servidos, fue abrir una nueva sucursal.
El nuevo lugar es mucho más amplio que el original. Cuenta con dos vitrinas donde presumen su dominio sobre la masa y el azúcar. Su carta es extensa, desde opciones para desayunar, como el waffle (gofre) belga, los huevos en cazuela y la tostada de plátano, hasta los infaltables sándwiches de diferentes nacionalidades. Está el cubano con pierna y jamón; el japonés con challah, salmón y wakame; el turco con berenjenas asadas; y entre otros, el francés con mantequilla y jamón. Además de los típicos hummus, salmón y burrata para compartir.
Mención aparte merecen los tés, por los que se bautizó a este negocio en primer lugar. Té negro, chai, Gyokuro, Sencha, Oolong, y el preciadísimo Pu erh (rojo); todos en su jarrita de cerámica que alcanzan para dos o tres refills.
También hay que hablar de su repostería. Desde opciones originales como el mousse de mascarpone, el bizcocho de chocolate con mousse de maracuyá o el pastel de chocolate con cerezas, hasta los diferentes panes y pasteles con matcha. No debemos olvidar que este fue uno de los primeros conceptos en ofrecer el ahora omnipresente pastel de té verde, a mediados de la década pasada. Ahora el matcha aparece en conchas, éclaires y hasta en croissants.
Lo mejor de todo: esta sucursal es aún relativamente desconocida. No se atasca como la primigenia y el personal es muy esmerado. La cercanía al Parque Santa Catarina de la sucursal original puede tener su encanto, pero que aquí se respira mejor.