La Panadería Rosetta de la Juárez fue exitosa desde que abrió, pero Elena Reygadas no se durmió en sus laureles panaderos y aprovechó la oportunidad de ocupar también el local de al lado, para convertirlo en un café-restaurante más casual que Rosetta y Lardo, con una agradable barra, más mesas en un tapanco y un menú que comparte algunos elementos con los dos lugares mencionados, pero no es lo mismo. El énfasis está en los panes, las pastas y los platos con acentos herbales que esta cocinera formada con el chef italiano Giorgio Locatelli maneja con maestría; también más informal y lúdico, coquetea con la idea de una barra de tapas, con una carta en la que la categoría más nutrida es la de las entradas.
Hay desde una reconfortante sopa de poro, papa y tocino y opciones vegetarianas (como la ensalada de endivias, hierbabuena y toronja, el hummus de haba tierna al estragón o las verduras a la plancha con mayonesa de ortiga), hasta clásicos instantáneos como el pan tostado con jaiba suave rebozada, salsa de mango picante, cebolla morada encurtida y brotes de cilantro, que es una de las combinaciones de sabores, texturas y colores más juguetonas y acertadas que he probado este año: el pan de miga suave, alveolada y corteza crujiente como base, el mango, dulce y aromático, con su toque de picante, para contrastar con la sal del mar en la jaiba de fritura perfecta, más el ácido del encurtido, que hacen salivar con gusto; cada elemento en una justísima proporción.
En los platos fuertes probé dos extremos del espectro, de un guiso centrado en lo vegetal a otro con carne, y fui de la India a Italia. Por un lado, el curry rojo con hinojo y almendras, una salsa que es pura gozadera olfativa y picor especiado en balance con el toque anisado del hinojo rostizado y la suavidad oleosa de las almendras, y por el otro un clásico y delicioso estofado de ternera, que se deshace con el tenedor, montado sobre un arroz cremoso al azafrán. El risotto viene moldeado en forma de cuadro y con la superficie tostada, una preparación que me recuerda la manera en que las nonnas aprovechan la polenta del día anterior, cortándola en cuadros y friéndola, o el socarrat del fondo de la paella, por el que todos se pelean.
De tomar, alguno de sus vinos, bien seleccionados y todos disponibles por copeo, medio litro o botella, o bien el negroni sbagliato (con prosecco en lugar de gin); y de postre, los finos éclairs miniatura de vainilla, plátano y regaliz, con un vasito de lechada de nuez de macadamia para sopearlos. Elena y compinches –Iván Icra y Federico Sali– un paso al frente, lo han logrado de nuevo: qué bueno por todos los que ya habíamos caído rendidos ante su pan, y ahora tenemos la feliz perspectiva de buenas comidas y cenas en este local recién transformado, que hace honor a lo que Anaïs Nin afirmaba: "El lujo no es una necesidad para mí, pero sí las cosas buenas y bellas".