Este pequeño lugar inspirado en los bistrós de Francia y Nueva York, con un aire retro y decoración linda tiene uno de los french toast más ganadores de la ciudad. Aquí hay barra de café y un menú breve de desayunos y comidas con mucha personalidad durante todo el día.
Por la mañana, entre los más solicitados es el breakfast sandwich (huevo revuelto suave, tocino de maple, queso americano y aguacate) pero te recomiendo ir con alguien para compartir el french toast que los hará sentir niños/as de nuevo. Está relleno de mantequilla de cacahuate y mermelada, rebosado con hojuelas de maíz que le dan un toque crispy y encima puedes (debes) volcarle miel de maple.
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Si, como yo, llegas a la hora de la comida, te harán ojitos los platos más sustanciosos de la de la chef Celina López Manriquez. Me fui por la sopa de camote por la novedad, especita y reconfortante, con la textura como normalmente encuentras la de jitomate, pero en ésta, aunque el camote tiene un sabor más sutil, se realza bastante con notas especiadas y un aceite de hierbas aromáticas.
Si te gusta el pollo frito, uno de los hits de la carta es el sándwich de pollo, acompañado de ensalada de col morada, pepinillos y mayonesa picante de la casa. Del lado más ligero, hay ensaladas y bowls que tienen más onda que un simple mix de lechugas, además puedes agregar a cualquiera salmón, huevo con yema suave, o ensalada de pollo al curry. Elegí ésta última con el bowl griego (cuscús, con arúgula, jitomate cherry, pepino, cebolla morada, feta y aceitunas negras). Todo muy fresco, de esas comidas que sacian y a la vez son súper nutritivas. Lo único que fue bastante costoso para el tamaño que tenía fue la galleta ($75).
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