Un pequeño local sobre Las Águilas con marco de madera te hace pensar que estás por entrar a una casa del árbol. Esta sensación se completa gracias a la jacaranda que cubre la entrada de Café del Árbol, cuyas ramas se unen a las hojas que rodean un tragaluz en su interior.
Aunque este no es un café de especialidad, los baristas te guían amablemente para saber qué es lo que buscas y consentirte. Recomiendo el espumoso cappuccino, hecho con café orgánico de Oaxaca; el moka de chocolate oscuro, cuyos componentes se mezclan muy bien para lograr una bebida que equilibra el sabor del café con el del chocolate; o el chai, picante y dulce luego de una frondosa capa de espuma, de esas que hacen bigote.
Acompaña tus bebidas con bagels preparados al instante. El más popular que ofrecen es de jamón serrano, queso y arúgula: hace desear que la carta de platillos fuera más extensa.
Detrás de la barra hay repisas con libros acomodados de tal manera que podrían pasar como parte del mobiliario, pero en realidad están ahí para que puedas tomarlos y leer mientras disfrutas de tu café. El ambiente no podría ser más propicio. Realmente me sorprendió la calma del lugar, la música a un volumen bajo y hasta la señoras que echan el chal entre susurros.
Cuando estaba por salir me encontré con un muro de troncos, y me percaté que había insertados algunos rollitos de papel en los huecos de la estructura.
Según me explicaron, es una tradición china escribir un deseo en un papel, enrollarlo y quemarlo. Así, cuando el humo alcance el cielo, el anhelo se cumplirá. Por ahora el incendio de estos deseos está pendiente, pues esperan que acuda más gente.