Es un callejón de ladrillos con anuncios promocionales urbanos (como los que encuentras pegados en la calle) con las propuestas de la casa, si no supieras que estás entrando a un café te preocuparías; tiene una ambientación industrial y bohemia que te hace amar la calle y la urbanidad. Cuando cruzas hacia el fondo te encuentras con los baños al estilo de un club nocturno con neones que hacen la figura del hombre y la mujer y una cortina hecha de pequeñas bolitas metálicas.
La barra sorprende con sus distintas dimensiones, las luces tenues surgen de unos focos edison grandes y redondos alimentados por extensiones rojas enredadas en la parte superior. El exceso acertado en acabados de madera boicotean el ambiente callejero para hacerlo totalmente acogedor. Además, el servicio no es nada oscuro, es muy amable y eficiente.
En la barra –definitivamente lo más atractivo del sitio– están los productos de su panadería como muffins, pasteles, tartas y fondants, vaya, todo el antojo de un pan dulce cubierto a la vista. Probé la danesa de manzana, dulce y caliente, con un hojaldre crujiente, es cumplidora aunque no fue lo que me sorprendió. De comer también encontrarás empanadas argentinas de carne, pollo o elote con queso, ideales para acompañar un jugo verde de espinacas con pepino y cítricos.
Con café se antojaba algo fresco y el rufus thomas prometió; un espresso en las rocas con horchata de sabor completamente casero, con canela y un poco pasado de dulce pero muy asimilable y delicioso, muy vistosa la presentación en ese mason jar.
Lo visitan los cafeteros de la ciudad en sus treintas, probablemente son conocedores si piden un café americano vertido, un proceso que resalta las notas frutales del café; una prensa francesa para saborear los aceites esenciales del grano o un cold brew para agitar la respiración en frío. Boicot es uno de esos cafés de especialidad todo en uno, con infusiones, frappés y malteadas, en donde planear un boicot puede ser más divertido.