Intentaré hacer una reseña objetiva de este lugarcito, pero advierto que hay un elemento que me lo impide: el día que fui a comer ahí, tan sólo a tres mesas de distancia estaba Thom Yorke… ajá, el mismísimo cantante de Radiohead, junto a su guitarrista, Colin Greenwood, y algunos más. Así, casual. Masticando su comida. Bebiendo de sus vasos. Y eso no es lo peor: me dicen que ya era la segunda vez que iban. Como casi no soy fan, entonces sólo tuve un leve acceso de temblorina, y casi no se me atragantó la exquisita crema de alcachofa que estaba comiendo cuando los vi.
Hay lugares que inexplicablemente tienen un éxito instantáneo. Este que ahora nos ocupa –al momento en el que cuento esto– tenía solamente dos semanas de abierto. ¡Dos se-ma-nas! En ese tiempo ya, que me conste, había ido Annie Clark, la de Saint Vincent, a cenar, y ahora los de Radiohead. Y no, no estamos hablando de un restaurante fancy de Londres o Nueva York. Esta es la esquina de Mérida con Tabasco, el mismo sitio donde antes había una lavandería abandonada, enfrente de un restaurante que vende tortas poblanas.
Lo normal es que un restaurancito abra y se paren primero las moscas y luego unos cuantos clientes. Si es bueno, el boca en boca va llenándolo y llega un momento, luego de varias semanas e incluso meses, en que pueda volverse el lugar de moda. O no. Aquí algo raro pasó. En cuanto abrieron tuvo todas las mesas llenas y así se ha mantenido. Ahora tiene celebridades internacionales.
Quizá la historia de sus dueños nos dé una pista: son los mismos que llevan El Félix, el simpático y agradable barecito que está a solo una cuadra de distancia. Los dueños son de Monterrey y están muy pendientes de su negocio. Eso explica, de entrada, que del menú de sólo cuatro páginas, dos se ocupen únicamente de la carta de bebidas (una de vinos y la otra de mezcales, cervezas, whiskeys, cafés y refrescos). Quizá también explique la exitosa fórmula de RP que los anima y que, al mismo tiempo, no los hace ser ostentosos. Porque a pesar de sus llenos diarios, de las celebridades, y de que las mesas están ocupadas por personas que por más antisocial que seas, ya conoces, el lugar es excesivamente discreto: nada de letrero luminoso, nada de música a volumen por encima de las conversaciones, nada de una decoración que impresione. Ni siquiera hay mesas en la calle.
En la noche la luz es tenue y lo iluminan velitas en cada mesa. Aún así, ya todo el mundo sabe de ese sitio. ¿El menú? Emparedados, ensaladas y sopa del día, y ya. Nada de cocina de autor ni platillos complejos. Ese día, además de mi sopa, pedí un london broil (sándwich relleno de carne) que estaba en su punto, con alioli de aguacate y germinado de cebolla; ¿volvería para pedirlo?, sin duda. De postre, pay de limón (he probado mejores) y café expreso (aquí sí, un gran café) todo, a un precio bastante accesible.
En verdad, lugares como este deberían abrirse en cada esquina de la ciudad.